A unos 550 kilómetros de Helsinki, hacia el noreste, se encuentra el lago Virmajärvi, perteneciente al municipio de Ilomantsi. Se trata del punto más oriental de Finlandia, situado 70 kilómetros más al este que la ciudad rusa de San Petersburgo.
La frontera pasa justo por en medio del Virmajärvi, pero en sus orillas no vive nadie. El lugar habitado más oriental de Finlandia es el pueblo de Möhkö, que está a unos 30 kilómetros del lago en dirección sur y a tan solo un par de kilómetros de la frontera rusa.
Matti Laakso conoce la región como la palma de su mano. Ha vivido gran parte de su vida en Ilomantsi, y los últimos 25 años en Möhkö.
La frontera con Rusia siempre ha definido la vida de Matti Laakso. Se jubiló de su trabajo en la Guardia Fronteriza Finlandesa a finales de 2019, tras 33 años de servicio. Por si esto fuera poco, Laakso es la segunda generación de guardias fronterizos y pasó su niñez viviendo en las diferentes estaciones fronterizas adonde su padre estuvo destinado.
[Nota del editor: No deje de leer nuestros artículos sobre la vida en los pueblos más lejanos del norte y sur de Finlandia, así como nuestro artículo sobre el centro de población.]
La vida en los límites
El trabajo de guardia fronterizo pasó por grandes cambios durante los años en que Laakso prestó servicio.
«Cuando empecé, los turnos de patrulla por la frontera eran de varios días y los hacíamos a pie o esquiando, durmiendo en refugios a lo largo del camino», dice. «Teníamos que llevar nuestra propia comida, aunque también pescábamos y recogíamos setas».
Hoy en día es como un trabajo de oficina cualquiera. Los guardias fronterizos siguen saliendo a patrullar, pero normalmente vuelven a casa por la noche. La vigilancia electrónica se ha vuelto más habitual.
La frontera entre Finlandia y Rusia es también una de las fronteras exteriores de la UE y del espacio Schengen, por lo que está estrechamente vigilada. En la región de Carelia del Norte, donde reside Matti Laakso, la frontera es bastante tranquila. En 2019, cinco personas fueron detenidas cuando intentaban traspasarla sin autorización.
«Aquí las cosas suelen estar bastante tranquilas, al margen de ciertos casos en que los recolectores de bayas —trabajadores temporales de Tailandia— se extravían y van a parar accidentalmente a la zona fronteriza, o cuando a algún turista ocasional se le ocurre la lamentable idea de llevarse un cartel de señalización de la frontera como recuerdo. Como el lado ruso por esas zonas es más bien salvaje, no hay mucha gente por allí», nos cuenta Laakso.
Un lugar apacible
Pero también ha habido épocas de grandes turbulencias. Durante la Segunda Guerra Mundial, Finlandia tuvo que librar batallas muy cruentas contra las fuerzas soviéticas en la región de Ilomantsi. En el hecho de que dicha guerra sea precisamente el motivo de que el límite más oriental de Finlandia esté ahora precisamente aquí, no deja de haber una cierta ironía histórica. Acabada la contienda y como parte del tratado de paz, Finlandia se vio obligada a cederle a la Unión Soviética grandes áreas de su territorio de Carelia, áreas que se encuentran al este de la frontera actual.
Matti Laakso nos cuenta que la vida en Möhkö es muy apacible. La mayoría de los habitantes del pueblo son jubilados. Los hijos de Laakso, como los de muchas otras familias, se mudaron a las zonas urbanas en cuanto se hicieron mayores.
«Durante el invierno somos unas 100 personas viviendo en Möhkö», dice. «En verano, cuando la gente viene a pasar las vacaciones en sus cabañas, la población se duplica. En los 25 años que llevamos viviendo aquí, la oficina de correos local, la tienda de comestibles y la escuela han ido cerrando».
Sin embargo, en el pueblo sigue habiendo un museo de herrería, un arboreto, un par de empresas turísticas y el teatro de verano. El mismo Laakso también participa en el teatro, aunque no en Möhkö, sino en un grupo de aficionados de Ilomantsi.
Desde que se retiró, Matti Laakso sigue manteniéndose ocupado. Además de hacer teatro, canta en un coro. También toca en una banda de “humppa” —música de baile finlandesa al estilo antiguo—que suele actuar en residencias de ancianos. Y como corresponde a un guardia de fronteras de los de toda la vida, sigue realizando muchas actividades al aire libre.
Un hogar en el oeste
A unos 400 kilómetros al oeste de Helsinki, el municipio de Eckerö, en el archipiélago autónomo de Åland, está también situado al lado de una frontera internacional, en este caso la que atraviesa el Mar Báltico, con Suecia en la costa opuesta.
«Cuando me paseo por la orilla todo lo que se ve es mar abierto», nos cuenta Saija Saarela, «pero la costa de Suecia está ahí en algún lugar, al otro lado».
Saija Saarela nació en Kajaani, una ciudad que se encuentra a unos 550 kilómetros al norte de Helsinki, pero se mudó a Åland con su familia con tan solo tres años. Situado en el Mar Báltico, entre Suecia y Finlandia continental, el archipiélago de Åland está formado por 6500 islas, la mayoría de ellas diminutas y deshabitadas. En él viven cerca de 29 000 personas. La población es suecohablante (el sueco es uno de los idiomas oficiales de Finlandia).
Como muchos jóvenes de Åland, Saija Saarela se fue a estudiar a Suecia al acabar la escuela secundaria. Allí pasó unos diez años, hasta que empezó a sentir nostalgia de su tierra. Entonces decidió buscar un lugar en Åland, y en 2016 se estableció en Eckerö. Su hermano ya lo había hecho con anterioridad. Como recién llegada, Saarela despertó la curiosidad entre los lugareños.
Cultura local en un edificio simbólico
«En Suecia podía llevar una vida más anónima, pero aquí eso es imposible», afirma. «Sobre todo desde que trasladé mi taller a Storby (el centro municipal de Eckerö), tengo la impresión de que todo el mundo está enterado de lo que hago, aunque yo no sepa tanto sobre ellos».
La profesión de Saija Saarela es la de tapicera especializada en cuero. Se gana la vida haciendo tapicerías para coches y barcos, pero también fabrica artesanía tradicional y obras de arte en marroquinería, y ha participado en varias exposiciones de verano en Eckerö.
Estos eventos tienen lugar en la que es la atracción más conocida de Eckerö, la antigua Casa de Correos y Aduanas, un elegante edificio que parece un poco fuera de lugar. Fue construido en 1828, casi 20 años después de que Finlandia se convirtiera en Gran Ducado del imperio ruso. Entre otros propósitos, la ostentosa y llamativa construcción servía como recordatorio de la frontera del Imperio Ruso, echando sal en las heridas de la vecina Suecia, que recientemente había perdido en la Guerra de Finlandia de 1808-09 contra Rusia este territorio, que ahora forma parte de Finlandia.
Hoy, la casa de Correos y Aduanas saluda a los numerosos visitantes que llegan a las Åland desde Suecia. Saija Saarela afirma que algunos turistas suecos ni siquiera saben que el archipiélago pertenece a Finlandia.
Este equívoco podría deberse al estatus especial de las Islas Åland. Tras la independencia de Finlandia en 1917, surgió una disputa entre Finlandia y Suecia sobre qué país debía ser el dueño del archipiélago. Aduciendo la solidez de los lazos culturales y lingüísticos, eran muchos los isleños que querían unirse a Suecia.
Rodeada de agua y naturaleza
Finalmente la Sociedad de Naciones resolvió el litigio a favor de Finlandia, estipulando, eso sí, que esta debía garantizarle a Åland una amplia autonomía.
Saija Saarela dice que le gusta vivir en Eckerö. El motivo principal por el que regresó de Suecia es el ritmo de vida, tan diferente.
«En Suecia la cultura laboral es bastante estresante, pero aquí la gente va a su propio ritmo», afirma. «Otra de las cosas buenas es que aquí todo está al alcance de la mano. Vivo rodeada de mar y naturaleza, y lo tengo fácil para viajar a Suecia cuando me apetece. El puerto está a cinco minutos de mi casa, y el transbordador a Grisslehamn (Suecia) solo tarda dos horas en hacer la travesía».
Por Juha Mäkinen, julio de 2020