Un británico que vivió muchos años en Helsinki rememora la magia de sus primeras navidades en Finlandia.
Para la mayoría de europeos, la Navidad continúa siendo un acontecimiento fundamentalmente familiar que no solo permite disfrutar de placeres tradicionales, sino que también implica numerosas situaciones estresantes: compromisos con familiares lejanos, compra compulsiva de regalos, viajes agotadores y en ocasiones, relaciones personales tensas.
En el caso de los finlandeses, la geografía impone ciertas limitaciones, no solo por el clima, sino porque la mayoría de los visitantes lo consideran un destino a la vez exótico y extremo. Pese al innegable aumento de las temperaturas durante los últimos 40 años, la media de Helsinki entre los meses de diciembre y febrero continúa siendo de cuatro grados bajo cero, y las posibilidades de que nieve en la capital durante la época navideña se sitúan en torno al 60 por ciento.
Éxodo hacia el campo
Desde hace tiempo, las zonas rurales finlandesas registran una mayor despoblación, sobre todo en beneficio de la capital, Helsinki. Sin embargo, durante el período navideño esta tendencia se invierte por completo. A pesar de que la población eminentemente urbana va en aumento, la posibilidad de volver a los orígenes y a las tradiciones familiares es irresistible, lo que convierte a Helsinki en una capital muy tranquila durante este período de vacaciones.
Charles Gil lleva tiempo residiendo de manera permanente en la zona centro de la capital, pero es un claro ejemplo del ciudadano que, durante la época navideña, opta por huir al campo en busca de descanso: “Antes de que nacieran nuestros hijos pasamos una Navidad aquí, pero la ciudad todavía era tranquila. Desde entonces, siempre hemos pasado la Navidad en casa de mi suegra.” Aunque las ordenanzas para los bares y los locales de ocio ya no son tan restrictivas, las calles permanecen muy vacías el día de Navidad.
De la experiencia de mi primer invierno en Finlandia, a mediados de los 80, conservo un recuerdo muy especial. Nuestro grupo estaba formado por cinco extranjeros procedentes de Alemania, Francia y Gran Bretaña que ese invierno habíamos decidido irnos de vacaciones. A través de un folleto alquilamos una casa rural junto al lago de Ruokolahti, un municipio situado en el extremo este del país, cerca de la frontera de lo que antes era la Unión Soviética.
Era la primera vez que sus propietarios alquilaban la casa durante la Navidad, pero la vivienda estaba bien aislada y preparada para soportar temperaturas exteriores de hasta 20 grados bajo cero. Además, la familia hizo todo lo posible para que pudiéramos alojarnos. Se prestaron para recogernos -a nosotros, a nuestros esquís y a nuestras mochilas- en la estación de tren más cercana, se esforzaron por entender en todo momento nuestro finlandés rudimentario y, lo que es más sorprendente, con motivo de nuestra visita habían decorado el exterior de la casa con titilantes linternas de hielo y un fuego ardía en la chimenea.
El propietario y el encargado de la casa era un agricultor, y estaba dispuesto a iniciar a aquellos urbanitas torpes en las tradiciones locales, y en finlandés. Sacar agua del agujero hecho en la superficie del lago no resultaba tan difícil, siempre y cuando nos acordáramos de taparlo cada vez para evitar que se formara una capa de hielo demasiado gruesa. Acompañar al propietario durante los paseos en los que comprobaba las redes de pesca repartidas entre los agujeros hechos en el hielo suponía helarse hasta los huesos, pero era una experiencia gratificante y siempre se pescaba algo.
Luchando contra los elementos
Un reto todavía mayor se planteó el día en que nos apareció con la captura de una de aquellas redes, una lota de un kilo y medio de peso. Esta especie es un pez muy común en las aguas del norte, pertenece a la familia del balacao y sabe como éste, pero tiene una piel viscosa y pegajosa que hay que quitar antes de cocinarlo. No entendimos muy bien sus instrucciones, pero con la ayuda de muchas manos logramos quitar la piel, cocinar la pieza y disfrutar de la comida.
Igual de memorable fue la ruta en esquí durante cinco o seis kilómetros que dos de nosotros hicimos a través del lago -en un crepúsculo brumoso con una suave tormenta de nieve- hasta la histórica iglesia de Ruokolahti, una hermosa construcción en madera de 150 años que ese día estaba repleta de fieles con motivo de la Nochebuena.
Desde entonces, los alojamientos para los turistas que deciden visitar Finlandia durante la Navidad han experimentado un auge espectacular. Una buena muestra son las estaciones de esquí en la Laponia finlandesa, con ofertas de vacaciones que van desde los hoteles hasta las cabañas. Las condiciones y los precios varían, pero disfrutar del clima típico navideño es la norma que impera prácticamente en todo el país.
Por Anthony Shaw