La tercera edición de la trienal Generation, Generation 2023 (hasta el 20 de agosto), reúne a más de 50 jóvenes artistas elegidos entre 1004 candidaturas. Muchas de las obras nacieron durante la pandemia, cuando el mundo tal y como lo conocíamos llegó a su fin.
Un vídeo capta la atención del espectador nada más entrar, antes de que logre fijarse en otra cosa.
En una pantalla rectangular, orientada verticalmente, se suceden decenas de rostros humanos que van sustituyéndose rápidamente. El ritmo, levemente irregular, crea un efecto similar al de la animación de un folioscopio. Antes de transformarse en el de la siguiente persona, los rostros se distorsionan: los rasgos se alargan, la textura de la piel cambia o los colores se tiñen de neón.
Resucita tu rostro
Se trata de Face: to put on a face, to remove a face (Rostro: ponerse una cara, quitarse una cara), una instalación de Juho Lehiö (nacido en 2000) que está montada como un tocador de maquillaje, sólo que en lugar del espejo hay una pantalla. La posibilidad del maquillaje sigue existiendo, pero en los últimos años se ha abierto una posibilidad más: en el mundo online, los filtros permiten editar y rehacer los rostros.
Para algunas personas esto es más real que su propio rostro en la vida real. La historia de uno de los clientes de Lehiö, que es maquillador, es lo que inspiró esta pieza.
En el lado opuesto de la instalación, uno puede sentarse frente a una pantalla similar, pero equipada con una cámara, y probar filtros en el propio rostro. Más allá de la mesa de maquillaje de Lehiö, otra imagen rectangular hace señas desde la pared.
Capas reveladoras
Self-portrait with makeup (Autorretrato con maquillaje), un gran cuadro de Johanna Saikkonen (1998), es más alto que ancho. Su cabeza y sus hombros ocupan todo el lienzo: si fuera una foto, diríamos que está recortada. La vemos ligeramente desde abajo, en un ángulo que recuerda el de una videollamada.
De lejos, su textura rica y de múltiples capas me lleva a creer que se trata de pintura espesamente aplicada, pero al acercarme me doy cuenta de que no es el caso. Lo que estoy viendo es la textura del lienzo subyacente, la superficie de la piel de la persona retratada y el maquillaje que la cubre.
En su frente pueden incluso apreciarse algunos pelos sueltos y su sombra en la frente. La luz procede de algún punto por encima de la modelo, dando lugar a círculos de sombra alrededor de sus ojos y a otra sombra que va desde la barbilla hasta la clavícula.
Acercarse al cuadro es como estar lo suficientemente cerca de alguien como para ver que lleva maquillaje, de modo que su piel ya no parece lisa, sino que revela que ni la piel ni el maquillaje son perfectos. Las capas de pintura no se corresponden exactamente con las capas de maquillaje, pero transmiten el mismo efecto. No está mal, como filtro.
Una visión multicapa del maquillaje
En Filter (Filtro), Juulia Vanhatalo (1999) se filma a sí misma maquillándose, pero no de la manera que podría esperarse.
El vídeo, de tres minutos de duración, se proyecta en la pared de una galería lateral que está a oscuras. En la secuencia, Vanhatalo está sentada frente a una pared, en medio de una proyección que muestra la pantalla de su propio ordenador portátil.
La artista aparece sentada, con la cabeza y los hombros dentro del cuadrado blanco de una imagen vacía de Photoshop. Utilizando los pinceles del programa, va superponiendo “maquillaje” sobre su rostro, aplicando cuidadosamente colores de base, pintalabios y sombra de ojos.
En el vídeo la imagen cambia, y aparece la pantalla de su teléfono mientras ella abre Instagram y publica la nueva foto. Detrás vemos el maquillaje sin el rostro. Al tocar la imagen para ampliarla, se levanta y se coloca en su sitio, adaptando sus rasgos a la imagen una vez más, como si se pusiera una máscara. Sus ojos se desvían antes de que termine el vídeo, mirando a la cámara, mirándonos a nosotros.
La banda sonora de la proyección es el ruido de un viejo proyector de cine, como diciendo: “Nada ha cambiado”. O quizás: “Mira lo lejos que hemos llegado». O tal vez: “No hemos llegado muy lejos”. O incluso: “Esto ya está quedándose obsoleto”. Mostramos al mundo la proyección de una proyección de una persona que lleva una máscara pintada, pero la persona y la máscara existen por separado.
Recogiendo los fragmentos
Fragment collectors (Coleccionistas de fragmentos), de Olivia Viitakangas (1999), consta de siete fotografías enmarcadas y un par de vitrinas que documentan una profesión imaginaria, la de coleccionista de fragmentos (es el papel que Viitakangas interpreta en las fotos, mientras que Liisa Hietanen aparece como aprendiz de coleccionista).
La instalación muestra entrevistas de trabajo, contratos, tarjetas de identificación que parecen auténticas, la sala de descanso de una oficina y los frutos del trabajo: docenas de fragmentos de vidrio encontrados, cada uno en una pequeña bolsa con cierre y etiquetado con un número, una fecha, un color, medidas, coordenadas de ubicación y una descripción (“pedacito poligonal, astillado, rallado y machacado”).
Se trata de una parodia tragicómica e inexpresiva de la vida laboral, tanto en sentido literal como figurado: hormigas obreras que recogen y catalogan un suministro interminable de una subcategoría específica de basura en miniatura. Alguien ha causado un desastre, y alguien tiene que encargarse de recoger los cristales rotos.
“Recolector de fragmentos” es una denominación profesional excelente, porque da la sensación de que podría existir en la realidad. Es un bonito detalle que las vitrinas y las fotos estén cubiertas de paneles de cristal.
El final de algo
The End (El final), de Amos Blomqvist (2004), es una imagen digital de unos 80 centímetros cuadrados sobre una pantalla encastrada en la pared. En un andén del metro de Helsinki, una pantalla indica que el tren llegará dentro de un minuto. El destino se indica en finés y sueco, las dos lenguas oficiales de Finlandia: Loppu / Ände (Fin). Las agujas de un reloj analógico indican que falta un minuto para las 12.
Un detalle: más allá del andén, donde deberían estar la vía y el túnel, se ven nubes y un cielo azul, como si estuviéramos observando desde un avión. Los espectadores se detienen, esperando a que algo en la imagen se mueva. Las personas reaccionamos ante una pantalla brillante de una forma distinta a como lo haríamos ante una imagen impresa. Miramos pasivamente y esperamos que algo cambie.
Un hombre de barba canosa contempla The End con su hija, que tiene unos diez años y lleva un jersey rosa. “Es el final de la línea”, dice, y la niña le pregunta: “¿El final de qué?”.
“¿A qué te refieres?”, dice el hombre.
“Que si es el fin del mundo”.
“Un mundo, sí. ¿El mundo de quién? O quizá sólo sea el final de la línea del tren”.
“¿Es de verdad?”, pregunta entonces la niña.
“Pues no lo sé”, contesta el hombre. “Parece real”.
Por Peter Marten, junio de 2023