Para la mayoría de los extranjeros resulta fácil acostumbrarse a Finlandia. Sus usos y costumbres son básicamente europeos, con pequeñas variantes, y se caracterizan por ser bastante relajados. Caer en una falta de etiqueta capaz de arruinarle el día a uno, o a sus anfitriones, es más que improbable. El finlandés suele ser muy paciente con las meteduras de pata de sus compatriotas y su actitud hacia las de los extranjeros suele ser comprensiva o levemente divertida. El código de etiqueta y los modales son relajados y cada persona se gana su reputación por una conducta de años, más que por la observancia puntual de las normas. En Finlandia es tan difícil hacerse un buen nombre en un momento o situación determinados, como perderlo de la misma manera.
El gran valor que el finlandés otorga a la palabra se ve en su parquedad y en su desdén por la charla sin contenido, que considera inútil. El proverbio chino, «que tus palabras sean mejores que el silencio, de lo contrario calla», lo definiría a la perfección.
La identidad finlandesa
Los finlandeses tiene un fuerte sentido de la identidad nacional. Las raíces de este hecho se encuentran, por un lado, en su historia –principalmente en las honorables gestas bélicas y las grandes victorias deportivas – y por otro, en la posición de vanguardia alcanzada por el país en el campo de la alta tecnología. Como son muy realistas, no suelen esperar que el forastero esté muy informado sobre su país, o los personajes más importantes – ya pertenezcan al pasado o al presente- así que estarán encantados si éste sabe algo sobre los hitos de su historia o las hazañas de sus deportistas en las pistas de atletismo. Para el finlandés culto resulta obvio que un forastero con sus mismos intereses conocerá, además de a Sibelius, a los compositores contemporáneos Kaija Saariaho y Magnus Lindberg y a los directores Esa-Pekka Salonen, Jukka-Pekka Saraste, Sakari Oramo y Osmo Vänskä. Ya sabemos que en el extranjero algunos creen que Nokia es una empresa japonesa, pero, por suerte, solemos ser compasivos con la ignorancia… El hecho de que Linus Thorvalds, el inventor del sistema Linux, sea finlandés, nos llena de orgullo.
El forastero deberá estar preparado también para darse de bruces con el reverso de esa fuerte conciencia nacional: no estamos del todo seguros de que los demás conozcan nuestras hazañas, del tipo que sean, y por eso leemos ávidamente todo lo que se escribe y se dice de nosotros en el resto del mundo. Así que, no se inquiete si le preguntan a cada rato qué le parece Finlandia y tenga en cuenta que, aunque los mismos finlandeses tengamos más de una crítica que hacerle a nuestro país, no necesariamente nos gusta oírlas de boca de un extranjero.
Religión
El 83% de los finlandeses pertenece a la iglesia evangélico-luterana y el 1,1% a la ortodoxa. La mayoría de la población está secularizada y la religión no es muy visible en la vida cotidiana de nuestras gentes. La iglesia y sus ministros gozan, no obstante, del aprecio general y suelen respetarse las convicciones religiosas del prójimo. Es difícil advertir en el trato diario diferencias entre la población creyente y el resto, pero la convicción religiosa se expresa principalmente en la sobriedad de las costumbres.
Cuestiones de género
Las relaciones entre los sexos se rigen en Finlandia por principios igualitarios, algo que se advierte, por ejemplo, en la elevada proporción de mujeres con altas responsabilidades en la política y otros ámbitos de la sociedad.
También las mujeres desempeñan cargos importantes en la universidad, y es habitual que en las empresas las mujeres se sienten a las mesas de negociaciones. La iglesia evangélico-luterana admite el sacerdocio femenino, por lo que son muchas las parroquias en las que hay pastores y pastoras. Irja Askola es la primer mujer que ha llegado a ser obispo en la historia de la Iglesia Evangélica Luterana de Finlandia. Ella es la Obispesa de Helsinki desde 2010.
En términos generalmente aceptados, las relaciones entre ambos sexos están exentas de machismo y de actitudes de superioridad masculina, aunque en la práctica todavía puedan darse situaciones de ese tipo. Las mujeres aprecian la caballerosidad en los hombres, pero muchas los juzgan por su actitud conservadora hacia la igualdad. Ellas suelen ser independientes económicamente, y no es raro que insistan en pagar su parte de la cuenta del restaurante, aunque no consideran descortés que el caballero rechace la oferta.
En sus contactos internacionales, los finlandeses están habituados a emplear un idioma correcto desde el punto de vista de género, reemplazando las palabras tradicionalmente masculinas por términos neutros, o usando los dos pronombres de tercera persona (él/ella). En el finés no existe tal dificultad, ya que hay un sólo pronombre para ambos géneros. Muchos de los substantivos de uso habitual que designan oficios o cargos terminan en mies (hombre), pero se sobreentiende que no excluyen al otro género. Para el visitante lo mejor es seguir la práctica habitual de su propio idioma.
La conversación
Nuestra imagen de pueblo callado y taciturno viene de antaño, pero ya no es válida, especialmente en lo que respecta a las generaciones más jóvenes. Lo que sí es cierto es que la relación de los finlandeses con las palabras es muy especial, ya que se toman muy en serio todas y cada una de ellas. «Por la palabra conocerás al hombre, por los cuernos al toro», reza un refrán finlandés. Fieles al mismo, los finlandeses ponderan extremadamente lo que dicen y suponen que los demás hacen lo mismo. Consideran vinculantes por ambas partes los contratos y compromisos orales, y para ellos el valor de las palabras no varía esencialmente según la situación en que se las pronuncie. Al visitante le conviene recordar que una invitación aparentemente hecha de paso («podríamos almorzar juntos uno de estos días») se tomará al pie de la letra y se considerará raro que sea olvidada. El arte de la charla superficial, algo de lo que los finlandeses claramente carecen, es para muchos sospechoso, y su dominio no despierta demasiada admiración.
Con el desconocido no se inicia una conversación, salvo por motivos muy serios. Los extranjeros notarán el silencio que impera en los transportes públicos. En los ascensores los finlandeses se sienten tan incómodos como el resto de los habitantes del planeta. Sin embargo, un turista que esté consultando un mapa en la calle o en otro sitio público, recibirá ayuda al momento si lo solicita, pues el espíritu hospitalario de este pueblo supera con creces a su parquedad.
El finlandés es mejor oyente que conversador, y considera descorteses las interrupciones. Tampoco se pone nervioso si la conversación sufre largas pausas, ya que para él el silencio es una forma de comunicación. En su propio idioma el discurso suele ser lento, tanto que a los extranjeros les hace gracia el ritmo pausado de los presentadores de televisión. Aunque un finlandés domine varios idiomas extranjeros, le horroriza al principio la velocidad con que se hablan, aunque, metido en situación, es muy probable que acabe por entusiasmarse y se libere como el que más. Muchos visitantes se asombran del efecto de la sauna sobre los finlandeses, que en este ambiente familiar suelen abrirse milagrosamente.
Cuando conocen al forastero, los finlandeses pueden abordar cualquier tema, y ni la política ni la religión constituyen tabúes. Son ávidos lectores de libros y publicaciones, y su red de bibliotecas se cuenta entre las más completas y visitadas del mundo. Están casi siempre al tanto lo que pasa en su país y en el resto del mundo. La adhesión a la Unión Europea incrementó el interés por los otros estados miembros, así que temas como el poder adquisitivo de la moneda común, la situación de la agricultura y el efecto de la legislación comunitaria sobre la vida cotidiana de los ciudadanos, son habituales cuando se encuentran con otros ciudadanos de la UE. Los finlandeses suelen burlarse de «los burócratas de Bruselas» y de sus puntillosas directivas, pero en general están satisfechos con su pertenencia a la Unión y disfrutan de las ventajas que ello les trae.
Tecnología de la información
El uso del teléfono móvil, extendidísimo entre la población, está cambiando la imagen de la comunicatividad de los finlandeses, especialmente cuando el interlocutor no está a la vista. Un periodista extranjero consideró típicamente finlandesa una escena que presenció en una taberna: un hombre solo, acodado en la barra y hablando por teléfono. ¿Tal vez una versión finlandesa del small talk?
En Finlandia, como en los otros países, el uso del móvil se rige por una imprecisa etiqueta que procura minimizar las molestias y riesgos que éste ocasiona: su uso está prohibido en aviones y hospitales, se considera incorrecto en las reuniones, y en las iglesias y en salas de espectáculos es de malísima educación.
La generalización del móvil ha cambiado la imagen del finlandés en el extranjero. Los que hace un par de décadas no eran para el visitante sino una tribu ártica de seres hoscos, parcos e introvertidos, se han convertido en un pueblo hipercomunicativo que ya está haciendo realidad ese futuro que muchos temen y otros ansían: el de una sociedad donde cualquiera puede localizar a quien sea en cualquier momento y lugar.
La llegada de Internet y del correo electrónico ha modificado radicalmente los métodos de búsqueda de información y de contacto interpersonal. Para la juventud, el empleo de programas digitales en constante renovación es parte de una rutina diaria y constituye ya un factor primordial en la cultura de las nuevas generaciones. Cada vez son más los políticos y dirigentes empresariales que tienen un blog para hablar de su vida y difundir sus ideas.
Idiomas
Los finlandeses hablan finés (o finlandés), sueco (que es la lengua materna de un 5,6% de la población) y unos 8.000 hablan sámi (lapón). El finés pertenece a la pequeña familia de lenguas finoúgricas, y fuera de nuestro país sólo se entiende sin grandes problemas, y hasta se habla un poco, en Estonia. Al no tener muchos parientes lingüísticos, los finlandeses se procuran herramientas para la comunicación internacional mediante cursos de idiomas eficaces y variados.
En Finlandia casi todo el mundo sabe inglés, especialmente en el mundo de los negocios: en varias compañías multinacionales finlandesas es el idioma de trabajo. El alemán se habla menos, aunque muchos de los mayores de cincuenta lo han estudiado en la escuela. El francés, el español y el ruso, además del alemán, integran cada vez más el currículum de las escuelas, institutos, universidades y programas de enseñanza para adultos. La adhesión a la Unión Europea y los requisitos de la vida institucional, laboral y social, han incrementado la necesidad del estudio de idiomas europeos, por lo menos entre los finlandeses que viajan por el continente por asuntos de la administración pública o de sus empresas.
La mayoría de los finlandeses instruidos, especialmente los funcionarios públicos, también hablan sueco, y casi todos los suecohablantes también hablan finés. Tan sólo algunas regiones costeras y el archipiélago autónomo de las Åland son totalmente suecohablantes, y en éste último, además, el sueco es la única lengua oficial. El status del sueco como segunda lengua oficial se advierte en los rótulos bilingües que indican los nombres de las calles, en los nombres de las empresas públicas y en la oferta de programas de la radio y la televisión. La cultura y el arte de los sueco-finlandeses, así como su vida social, son muy característicos y están llenos de numerosas tradiciones de corte escandinavo.
Nombres y títulos
Al presentarse, el finlandés dice su nombre y apellido. Las mujeres que usan su apellido de solteras y el de su marido los dicen en ese orden. Aunque los finlandeses son muy celosos de sus títulos, cargos y dignidades, rara vez los mencionan al presentarse. En el ámbito científico u oficial, en cambio, esperan ser tratados por su título: el doctor Virtanen, la arquitecta Pohjanpalo, el director general Savolainen. Nadie espera que el extranjero observe esta etiqueta –a excepción quizás de los títulos universitarios– por lo que éste podrá perfectamente dirigirse a los finlandeses usando el tratamiento habitual en su idioma (Sr., Sra., etc.).
El tuteo está muy generalizado en Finlandia, también entre desconocidos. Es corriente que en el lugar de trabajo todos se tuteen, incluso el personal jerárquico de las grandes empresas. Los empleados de atención al público tutean a sus clientes y son tuteados por ellos, aunque esta familiaridad no siempre sea del agrado de las personas mayores.
En finés se tutea empleando la segunda persona del singular (sinä). El tuteo implica una relación más íntima y personal, que en la sociedad finlandesa contemporánea surge sin problemas, especialmente si dos personas saben que seguirán viéndose por asuntos de trabajo o en tiempo de ocio. Sin embargo es conveniente –y una concesión a las costumbres tradicionales – acordar expresamente el tuteo.
Los finlandeses no pondrán a prueba su memoria para los nombres de la misma manera que muchos otros pueblos. Al saludar no es imprescindible mencionar el nombre de la otra persona, independientemente del grado de amistad, como tampoco lo es en el transcurso de una conversación normal. Por influencia de otras culturas, especialmente la norteamericana, se ha generalizado el mencionar el nombre de pila del interlocutor, pero aunque a todos nos gusta oír nuestro propio nombre, el finlandés no se ofenderá si no se lo cita.
Se supone que un ejecutivo o una persona pública se ocupará de que su nombre y su posición sean recordados repartiendo tarjetas de visita. En general los finlandeses que ocupan cargos internacionales tienen una versión muy completa, que incluye sus funciones y el país donde trabajan. No existe un ritual especial de entrega y recepción de tarjetas, pero lo importante es que para el extranjero será la oportunidad de preguntar cómo se pronuncia un nombre, o qué pueden significar un título o una profesión bastante crípticos (por ejemplo consejero de minería).
Saludos
Al saludarse, normalmente las partes se estrechan la mano y se miran a los ojos. Una reverencia indicará un respeto especial, pero una leve inclinación de cabeza será suficiente cuando el trato sea de igual a igual. El apretón de manos finlandés es breve y firme, sin otros gestos enfáticos. Al saludar a una pareja, se estrecha primero la mano de la mujer, salvo en las recepciones oficiales, donde el titular de la invitación, saluda primero a los anfitriones. También se suele dar la mano a los niños y no es frecuente abrazar al saludar. En la calle los hombres se descubren la cabeza como muestra de cortesía, pero en los días más crudos del invierno es suficiente con que se lleven la mano al ala del sombrero.
Los finlandeses rara vez besan al saludar. El besamanos es muy excepcional, aunque para muchas mujeres es una costumbre encantadora. Los amigos y conocidos pueden abrazarse al encontrarse, y no es raro el beso en la mejilla, aunque se trata más bien de una costumbre de ciudad y casi nunca se ve en el campo. La etiqueta no establece un número de besos, pero para la mayoría tres ya son demasiado. Los hombres en general no se saludan con un beso y mucho menos en la boca, como nuestros vecinos orientales.
La comida
La gastronomía finlandesa es una combinación de elementos europeos, escandinavos y orientales y los modales son típicamente europeos. El día comienza con el desayuno, a veces bastante fuerte. El almuerzo se come entre las once y la una del mediodía, y en los sitios de trabajo no dura más de una hora. También los almuerzos de negocios, antes larguísimos, se han reducido a una hora y media o dos. La cena se sirve en los hogares entre las cinco de la tarde y las seis, y en los restaurantes puede comenzar entre las siete y las ocho. Salir a cenar más tarde entraría ya en conflicto con los horarios de las cocinas y conviene consultar los horarios al reservar mesa. Los espectáculos suelen comenzar a las siete de la tarde y los restaurantes ya están llenos a las diez de la noche.
Los menús de los restaurantes y de las casas difícilmente incluyen platos que el viajero occidental no conozca. La cocina finlandesa, tradicionalmente bastante pesada y grasa, se ha ido aligerando a medida que la gente ha ido tomando conciencia de los efectos de la alimentación sobre la salud. Es normal beber vino o cerveza en las comidas de fin de semana, aunque es raro que se haga los días de diario, especialmente en el almuerzo, que suele ser temprano.
En las comidas el anfitrión decide la disposición de los invitados en la mesa, si lo considera necesario. El huésped de honor se sienta a la derecha de la señora (o del señor, entre hombres solos), lugar que los finlandeses más tímidos tratan de evitar, porque se espera del ocupante que pronuncie a los postres unas palabras de agradecimiento a los dueños de casa. Durante las comidas rara vez se hacen discursos, a menos que se trate de una ocasión formal en la que los discursos se suceden entre plato y plato. Sólo se empieza a comer cuando todos están servidos. En general, el anfitrión hace un brindis al comienzo, deseando buen provecho a sus invitados. Antes no se bebe, ni aun las visitas, salvo si el inicio de la comida se ha demorado exageradamente. El anfitrión saluda a los invitados levantando su copa, y éstos se saludan entre sí alzando las suyas y mirándose a los ojos; tras un sorbo, se repite el contacto visual antes de posar la copa en el mantel.
Las comidas terminan con un café y una copa. Si los dueños de casa lo permiten, éste es el momento de sacar cigarros o cigarrillos, a menos que el anfitrión lo haga antes. Al levantarse de la mesa o a la primera ocasión propicia, los invitados suelen darles las gracias a los dueños de casa, independientemente de que lo haya hecho el convidado de honor.
La bebida
Estadísticamente el finlandés bebe algo más de diez litros de alcohol por año, un nivel equivalente al promedio europeo, y lo hace siguiendo a grandes rasgos los hábitos escandinavos y continentales. Existen menos peculiaridades nacionales de lo que se podría suponer, considerando que los finlandeses tienen fama de ser un pueblo borrachín.
La más visible de ellas es un consumo relativamente alto de licores fuertes, con intención de embriagarse. El consumo de bebidas más suaves se ha generalizado en los últimos años y con ello la cultura alcohólica ha adquirido rasgos más civilizados. En los almuerzos de negocios se bebe mucho menos que antes, y menos aún entre funcionarios.
La cultura alcohólica varía de acuerdo a factores sociales y en parte también geográficos. Las influencias europeas y mediterráneas se observan más en los jóvenes adultos, sobre todo entre los urbanos de clase media y alta, y en los grupos de más edad con alto nivel educativo.
La importación y el comercio de vinos y otras bebidas alcohólicas está en gran medida en manos de Alko, una empresa estatal cuyos comercios tienen el monopolio de las ventas minoristas, salvo de la cerveza de menor graduación y de la sidra. Alko es un gran comprador de vinos a escala internacional, y por lo tanto sus estantes ofrecen una vasta selección de marcas y orígenes, también de gran calidad. Muchos restaurantes importan sus propios vinos directamente de las bodegas extranjeras.
En los hogares se toma vino en las comidas sólo los fines de semana, pero en los restaurantes y cuando hay visitas, el vino desempeña un papel importante. A menudo –y si los anfitriones son sueco-finlandeses, casi siempre – la visita recibe ya con el primer plato un snap, un pequeño vaso de vodka, koskenkorva (aguardiente finlandés) o akvavit, que se considera muy apropiado con pescados fríos e indispensable con los cangrejos de río. Con los snaps se bebe agua mineral o cerveza, bebida también muy apreciada por los finlandeses para acompañar las comidas y para apagar la tremenda sed que despierta la sauna.
El forastero puede adoptar la cultura alcohólica finlandesa según sus propios gustos. Nadie se extrañará demasiado si alguien desea comer con agua mineral o con un vino sin alcohol. Estas bebidas ya han comenzado a conquistar la mesa del almuerzo y otras celebraciones y son vistas con buenos ojos por la ley, que sólo permite a los conductores una pequeñísima tasa de alcoholemia y es muy severa con quienes conducen en estado de embriaguez.
Propinas
La propina nunca ha encajado muy bien en el estilo de vida finlandés. En principio, quizás por influencia de una religión que ensalza la frugalidad, y después porque, lisa y llanamente, la cuenta incluye todos los costos directos e indirectos y se da por sentado que «el servicio está incluido». Sin embargo la propina existe en Finlandia, nadie se ofenderá si se le ofrece y muy pocos preferirían no recibirla.
Como regla, el servicio está incluido en la cuenta de los restaurantes. Quienes comen por cuenta de su empresa suelen añadir una propina. Quienes pagan de su bolsillo en efectivo, redondean un poco la cifra. No se exigen del cliente altos conocimientos de aritmética: nadie comprobará si su propina es el 10% o el 15% del total de la cuenta.
En los hoteles las propinas son muy infrecuentes. Si usted es consciente de haber causado al personal de limpieza una carga de trabajo superior a la normal, será un bonito gesto tener una atención con ellos. Los recepcionistas sólo reciben propinas de clientes que pasan largas estancias alojados.
Los taxistas no esperan recibir ningún extra, pero muchos clientes redondean la tarifa. Los taxis suelen aceptar tarjetas de crédito, pero en ese caso es más práctico dejar la propina en efectivo.
El tabaco
En los últimos años se fuma cada vez menos, y la actitud general hacia el tabaco se hace día a día más restrictiva. La legislación ha erradicado el humo de los sitios públicos y lugares de trabajo, y los finlandeses, por naturaleza obedientes de las normas, observan las prohibiciones y sólo fuman en los lugares especialmente asignados. No obstante fuman bastante, también los jóvenes, y se está extendiendo el cigarro, siguiendo una tendencia internacional. Cada vez más restaurantes y bares ofrecen una buena selección de puros, especialmente habanos, y se considera que un cigarro es la culminación perfecta para una cena especial.
Siguiendo el ejemplo de otros países, desde el año 2009 Finlandia ha prohibido por completo el tabaco en los restaurantes.
Se espera de los fumadores que sean considerados. El invitado debe pedir permiso a los anfitriones para fumar cuando hay ceniceros a la vista. En las casas de familia los fumadores suelen ser despachados al balcón, un medio disuasorio excelente para combatir el consumo de nicotina en el frío invierno.
De visita
En Finlandia el hogar es el centro de la vida social, a diferencia de otros países, donde es costumbre invitar a cenas y tertulias en restaurantes. Los motivos son tanto culturales como económicos. Últimamente, el aumento del interés por la cocina y los vinos ha contribuido a que las veladas en las casas se pongan de moda. El extranjero debe tomar con calma estas invitaciones y prepararse para disfrutar de una atmósfera relajada e informal. Se suele llegar con un ramo de flores para la anfitriona (o hacerlo enviar por anticipado) y una botella de vino.
Un desafío cultural un poco más peliagudo son las invitaciones para pasar unos días en alguna cabaña a orillas del mar o de un lago. Una cuarta parte de los finlandeses tiene una casa de verano y para muchos es su segundo hogar. Los sociólogos explican que esas cabañas y chalets son el vínculo del pueblo con su pasado rural o agrario, todavía bastante cercano. Y es cierto. Uno no puede menos que admirar la facilidad con que los finlandeses se convierten en pescadores, jardineros, agricultores, carpinteros o hábiles leñadores.
Nadie espera que las visitas participen muy activamente en este juego de roles, pero sí que se adapte sin quejarse a las condiciones rústicas, en muchos casos primitivas, de la vida en la cabaña, donde a menudo no hay electricidad, agua corriente, servicios higiénicos modernos ni otras comodidades urbanas. Muchas familias consideran que hasta el televisor es incompatible con la auténtica vida campestre.
El invitado deberá vestir de forma práctica. Los anfitriones tienen un arsenal de botas, impermeables y abrigos para cuando salen a pescar, recoger setas o pasear por el bosque. Un visitante discreto deberá comprender que sus anfitriones, especialmente las mujeres, se preocupan y trabajan para que todos se sientan bien, por lo que toda colaboración en las tareas cotidianas será muy bien cogida.
La mejor recompensa para los anfitriones es que la visita disfrute de su estancia, aunque llueva a cántaros. Ésta mencionará prudentemente su regreso a la ciudad en el desayuno del tercer día, y sólo cancelará su partida si las protestas de los dueños de la casa suenan realmente convincentes.
El tiempo y las estaciones
Aunque las estaciones se suceden en todo el mundo, su ciclo ejerce una influencia especialmente poderosa sobre la vida y las costumbres. En un país que se interna profundamente en el círculo polar Ártico, las variaciones de temperatura y luminosidad son tan extremas, que bien podría hablarse de dos culturas finlandesas, una caracterizada por la luz del sol de medianoche y temperaturas que alcanzan registros sorprendentes, y otra marcada por el frío, a veces insoportable, y una noche boreal que sólo cede a mediodía.
Aunque el verano nunca falle, su llegada se considera tan importante que el país, como muchos extranjeros han constatado algo contrariados, «se cierra por vacaciones». Después de San Juan los finlandeses se trasladan a sus cabañas y chalets, y los que quedan en la ciudad pasan el tiempo al aire libre, en las terrazas, parques y playas. Las cartas de clientes y amigos pueden quedar largo tiempo sin responder, el correo electrónico devuelve durante más de un mes respuestas de out of office, y con los amigos se discute más sobre la pesca del salmón y los progresos del huerto que sobre cuestiones fundamentales de política y economía internacional. El extranjero notará fácilmente que los finlandeses son en verano muy felices y se sienten orgullosos de su origen y de su bello país, y hará bien en alentar estos sentimientos.
Al llegar el invierno los finlandeses cierran sus cabañas y chalets, sacan sus veleros a tierra, les ponen las ruedas de invierno a sus coches, llevan los palos de golf al sótano y revisan el estado de sus esquíes. Mientras sus antepasados se afanaban durante el largo invierno haciendo y reparando las herramientas y aperos que usarían durante verano en el campo, el finlandés actual ayuda al desarrollo de su país desde la oficina, contribuyendo así a que éste se convierta en una sociedad tecnológica aún más moderna y eficiente.
El finlandés es un pueblo muy puntual, hasta podría decirse que un poco prisionero del reloj. Como en todos los países del mundo, los altos cargos públicos y empresariales tienen una agenda muy apretada, de la que no pueden desviarse. Las citas concertadas se cumplen preferentemente al minuto: un retraso de más de quince minutos se considera no sólo una negligencia, sino también una descortesía por la que hay que disculparse. También en encuentros privados entre amigos y conocidos se respeta la hora convenida. Los conciertos, teatros y otros espectáculos comienzan a su hora, y los retrasos de los trenes o autobuses siguen siendo una excepción.
En general, está de moda un estilo de vida ajetreado, y tener la agenda llena de citas y reuniones constituye un motivo de orgullo y una muestra de status. En una cultura así, el tiempo reservado por un anfitrión para agasajar a su huésped es uno de los indicadores más importantes de su estima. Si en un almuerzo un finlandés no ojea su reloj, sino que propone comer y beber algo más antes de pasar a la sauna, el invitado podrá estar seguro de que se está forjando una relación duradera, quizás hasta una amistad.
Las fiestas
A los finlandeses nos gustan las fiestas, y nuestro calendario festivo no es muy diferente del de los demás pueblos europeos, salvo que los protestantes luteranos no veneramos a los santos como los católicos. Al extranjero puede llamarle la atención la seriedad y solemnidad de los festejos finlandeses, incluso en ocasiones en que otros pueblos del mundo suelen ser alegres y bulliciosos.
Las de Navidad, especialmente la Nochebuena, son fiestas esencialmente familiares que se pasan con los parientes más cercanos. Se suele visitar el cementerio y encender velas en las tumbas de los seres queridos. Los mensajes navideños desean felicidad, pero frecuentemente también paz y sosiego. La ronda de visitas empieza el 26 de diciembre, que también es día no laborable.
El 6 de diciembre se festeja el Día de la Independencia con solemnes ceremonias, fecha en la que los finlandeses recuerdan especialmente a sus compatriotas caídos en las guerras que aseguraron la Independencia, lograda en 1917. Esa noche el Presidente de la República ofrece una recepción para unos 2.000 invitados, entre los que se encuentran los embajadores acreditados ante el país. La fiesta se retransmite en directo y en todos los hogares el pueblo de sienta frente a las pantallas de sus televisores para seguirla y comentarla.
De las fiestas de invierno, sólo en Carnaval hay algunos síntomas de alegre celebración, aunque no se pueda comparar con la atmósfera que se vive durante los mismos en países más meridionales. Las fiestas van tomando calor y color a medida que el clima se hace más propicio. El Primero de Mayo, día de los trabajadores y de los estudiantes, tiene ribetes de carnaval nórdico, y San Juan, la «noche sin noche», es la fiesta en que los finlandeses dan rienda suelta a su alegría, sin duda también porque para muchos significa el comienzo de las vacaciones y la mudanza estacional a sus cabaña de campo.
La sauna
Un pueblo de cinco millones de habitantes con un millón y medio de saunas no necesita una etiqueta «saunera» específica, pues los finlandeses aprenden a tomar la sauna de la misma manera que aprenden a hablar. Para el extranjero será mejor familiarizarse con la sauna en compañía de un amigo o conocido finlandés, que hacerlo solo siguiendo instrucciones puramente mecánicas que hagan del placer del baño de vapor un ritual dividido y ordenado en etapas.
Tanto hombres como mujeres son aficionados a la sauna, pero la toman juntos sólo en familia. La cultura finlandesa no conoce la sauna pública mixta. Como los finlandeses van a la sauna con mucha frecuencia –en sus cabañas varias veces a la semana, si no a diario – no se considera extraño que un amigo o familiar se excuse alguna vez. En cambio, si la visita titubea en el umbral del baño de vapor, le conviene recordar que una sauna calentada especialmente para él es el orgullo de sus anfitriones, y que una negativa sólo será aceptada si alega motivos de salud.
La manera de tomar la sauna es, por su naturaleza atávica, muy personal, y ningún finlandés puede decirle a otro que lo hace mal. El mismo principio se aplica a los huéspedes: en la sauna cada uno escucha a su propio organismo y sigue su propio ritmo al encaminarse de la cámara de la estufa a las duchas, de la antecámara al exterior y, por qué, no al mar o al lago. Conviene seguir el ejemplo de los demás, evitando las exageraciones. Si algún atrevido finlandés decide mostrar su aguante permaneciendo por un tiempo inhumano en una sauna abrasadora, el huésped precavido se deslizará al exterior a beber una cerveza y admirar el paisaje. También puede entregarse desprejuiciadamente a un extraño ritual: la sensación que se apodera del cuerpo al ser azotado por un haz de tiernas ramas de abedul, será para muchos una agradable sorpresa y una memorable experiencia.
Una «velada de sauna» ha de ser relajada. Una vez concluido el baño propiamente dicho, la charla suele continuar acompañada por refrescos, cerveza y a veces de una comida ligera. El forastero hará bien en comentar su experiencia con los anfitriones. Sus preguntas sobre la sauna y su etiqueta serán siempre amablemente respondidas, pues es un tema que nunca llega a cansar a los finlandeses.
Por Olli Alho, actualizado en marzo de 2010
Dipujos de Mika Launis