Un americano descubre los placeres de la célebre y apreciada cangrejada finlandesa y aprende que siempre hay que sopesar una cuestión de suma importancia antes de tomar parte en ella: comer o no comer.
Durante mi época de estudiante en Helsinki intenté participar en todos los acontecimientos culturales que pude. Una preciosa tarde de finales de verano me vi rodeado de gente ataviada con curiosos sombreritos de cartón, baberos y servilletas metidas por el cuello de la camisa. En mi plato había varios cangrejos rojos de río que parecían langostas en miniatura, con brotes de eneldo fresco a un lado y junto a éste había un pedazo de pan, un vasito de schnapps helado (aguardiente) y cerveza.
La tarde se nos fue entre cánticos y brindis mientras que con ayuda de un tenedor y un cuchillo, específicos para ello, intentábamos extraerles a los cangrejos la mayor cantidad de carne posible. El ambiente era de lo más jovial y animado. Sin embargo, dado el desequilibrio de proporciones entre la comida y la bebida, me puse piripi en un suspiro. No había caído en que todo el mundo, excepto yo, había comido antes de salir de casa para acudir al evento.
La tradición de las cangrejadas llegó a Finlandia vía Suecia. Al principio sólo las celebraban los finlandeses suecohablantes (el sueco es una de las lenguas oficiales de Finlandia), pero el festejo se fue extendiendo gradualmente también entre la población finohablante. Lo que una vez había sido coto reservado a la clase alta, acabó convirtiéndose en una fiesta popular entre finlandeses de todas las profesiones y condiciones sociales.
Una fiesta algo pringosa
La temporada de pesca de estos apreciadísimos crustáceos comienza a finales del mes de julio y se prolonga hasta finales de octubre. Durante dicha época, especialmente en agosto, los restaurantes están saturados de reservas para cangrejadas. Si el tiempo lo permite, estas suelen celebrarse en terrazas al aire libre o incluso en azoteas. Se trata de reuniones algo pringosas, ya que la gente come con las manos y normalmente se requiere la presencia en la mesa de algún que otro lavafrutas y docenas de servilletas de papel. Es una ocasión maravillosa para dejar a un lado las habituales buenas maneras en la mesa.
Además de celebrarlas en restaurantes, muchos finlandeses organizan cangrejadas privadas en sus jardines, patios, terrazas o cabañas de verano. Durante dichas reuniones el plato principal suele ir precedido o acompañado de alguna sopa, sabrosos pasteles o pescado. Los farolillos de papel que suelen colgarse sobre la mesa sirven para dar un ambiente más cálido, si cabe.
Los ejemplares de cangrejo más apreciados son los que proceden de los lagos finlandeses, aunque la cantidad de estos crustáceos se ha visto muy mermada a causa de una epidemia. De ahí que actualmente sean importados de Turquía, España, China y EEUU, aunque estas variedades se consideren a menudo de calidad inferior a la finlandesa. A pesar de ello, la mayoría de los finlandeses se muestran encantados de consumir lo que esté al alcance de su mano.
Una invitación es todo un honor
Personalmente, considero que ser invitado a una cangrejada es un privilegio. La última a la que asistí tuvo lugar en el mes de octubre en una vieja casa de madera, venerable y pintoresca, situada en la bahía de Espoo, al oeste de Helsinki. Antes de sentarnos a la mesa, todos disfrutamos de una relajante sauna calentada con madera y nos dimos un chapuzón en la ya fría pero aún refrescante agua del mar. Una vez en la casa propiamente dicha, los anfitriones nos dieron a elegir entre una gran variedad de bebidas alcohólicas y no alcohólicas, como cerveza, agua mineral, refrescos, vino, schnapps escandinavo y vodka finlandés.
Primero nos sirvieron sopas de guisantes y patata, para que cuando llegase el plato principal no estuviésemos hambrientos. Los anfitriones nos habían repartido unos libros de canciones para brindar, suecas, finlandesas, alemanas e inglesas. Todo el mundo participó en el coro. Como muchos éramos extranjeros, los finlandeses nos echaron una mano, aconsejándonos sobre cómo sacarles a los cangrejos la mayor cantidad de carne posible. Creo que al final el mejor consejo que me dieron fue, “tú haz lo que puedas, pero no te preocupes”.
Como suele suceder en la mayoría de este tipo de banquetes, la conversación entre invitados y anfitriones era incesante y todo el mundo se encontraba a gusto. Daba la sensación de que el tiempo se había detenido hasta que, de repente, llegó la mañana y lamentablemente la fiesta tocó a su fin.
¿No les parece estupendo que unos simples cangrejitos hagan felices a tanta gente? Claro que, los pobres cangrejos no deben de pensar lo mismo…
Por Russell Snyder, julio de 2014