¿Qué puede hacer una persona sola? ¿Por qué no todos se sienten como yo me siento? ¿Qué podemos hacer ahora por el futuro? Estas son algunas de las preguntas que el director finobritánico John Webster se hizo mientras planificaba y filmaba el documental Little Yellow Boots: A Story for the Future (Botitas Amarillas: Una historia para el futuro), una película inusual sobre el cambio climático en la que Webster presenta una gran variedad de puntos de vista en forma de entrevistas, al tiempo que cuenta una historia sobre su propia familia.
En palabras de Webster ante el público del Festival DocPoint en Helsinki, “a veces uno tiene el tema de una película y la necesidad interna de hacerla”. La preparación de Botitas amarillas comenzó en 2010 y su proceso de edición concluyó unos días antes de las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre de 2016. Las repercusiones del acontecimiento, así como la decisión de los Estados Unidos de retirarse del Acuerdo de París sobre el cambio climático, no han hecho sino aumentar la actualidad del filme.
Admitiendo que el cambio climático está esencialmente relacionado con la pérdida, Webster incluye en el documental los detalles de la pérdida de su padre a los doce años, víctima de un derrame cerebral. Habla con su madre y su esposa, y también inventa a Dorit, su propia e hipotética bisnieta, que supuestamente nacerá en 2063.
Webster intercala su propia historia y sus mensajes a Dorit con las intervenciones de ecologistas, mineros del carbón, investigadores y científicos, entre otros. Al mostrar algo tan universal como la familia, y situar a varias generaciones de la suya propia en la película, Webster estimula la empatía del público hacia los diversos protagonistas del filme, haciéndolo más receptivo a su discurso sobre el cambio climático.
¿Cómo será tu mundo, Dorit?
Aquí puedes ver el avance de Botitas amarillas: Una historia para el futuro.
Las pequeñas botas del título son las de Dorit, y aparecen una y otra vez a lo largo de la película, en tomas en las que se va superponiendo un nuevo nivel de agua a las imágenes actuales de un barrio de Carolina del Norte cuyas calles, jardines y bocas de incendios van quedando por debajo del nivel del agua, o de un coche estacionado bajo un paso elevado de la autopista en la ciudad de Nueva York, que va quedando medio sumergido.
“¿Cómo será tu mundo el año en que nazcas, dentro de medio siglo?”, pregunta la voz narradora —la de Webster— a su bisnieta. “Cuando yo nací, había tres mil millones de personas. Tú compartirás este planeta con nueve mil millones. Tu mundo también será más caluroso que el mío, aproximadamente dos grados más. Aunque no parezca una gran diferencia, es significativa en un planeta acuoso como el nuestro”.
El director se propone ver cómo será el mundo en el futuro a partir de este momento, descubrir quién se verá afectado por el cambio climático y observar cómo reacciona la gente en este primer decenio del nuestro siglo. El filme abarca mucho terreno, desde las islas árticas de Svalbard, hasta las Islas Marshall en el Pacífico, visitando también la compañía de seguros Swiss Re, al biólogo evolutivo Manfred Milinski, de Alemania, y al climatólogo estadounidense James E. Hansen.
Webster asiste a una cumbre climática de la ONU en Nueva York, atraviesa en tren los EE. UU. y, con un grupo de activistas, cruza Rusia entera —también en tren— para hablar con los mineros del carbón de Siberia, metiendo a los pasajeros en la conversación a lo largo del viaje.
El mundo no va a continuar para siempre
“Uno siente que Siberia no acaba nunca”, comenta Webster durante esta entrevista en su despacho de Helsinki. Su oficina se encuentra en un edificio de 1904, a tan solo un par de manzanas de la costa. “Cuando tomé el tren”, nos cuenta, “y día tras día no veía sino árboles, me preguntaba, ¿de qué me estoy preocupando? Es fácil perder de vista el horizonte, tener la impresión de que el mundo va a continuar así para siempre. Y no es así”.
Webster dice que mientras hacía Botitas amarillas se encontró varias veces preguntándose a sí mismo (y aquí dice exagerando como un cómico que imitase a un actor de una obra de Shakespeare), «¿por qué?, ¿por qué los demás no lo ven como yo lo veo? “.
A algunas de las personas que aparecen en el filme no parece preocuparles el daño que se le está infligiendo al medio ambiente. Esto influenció su aproximación al tema. “Pensé que era más sano darle vuelta a la pregunta”, dice. En otras palabras: ¿por qué él no lo veía como esas otras personas?
Pensar de este modo, lo abrió a una gran variedad de puntos de vista. “La misma naturaleza nos dice que lo usemos”, le dice Alexander Chunaryov, un minero de Siberia, queriendo decir que, de lo contrario, no habría tanto carbón, ni tan a mano.
Otro minero, Alexander Klimov, comenta: «estamos construyendo algo más importante que el aire puro: la sociedad. La siguiente generación ya encontrará la forma de limpiar el aire”.
Parte del carbón de esta región sirve para alimentar la ciudad de Finlandia donde reside Webster, tal como señala su propia voz en off mientras vemos las vistas aéreas de un tren, un río y una mina de carbón a cielo abierto, que parecen cortar tres caminos a través del paisaje. A bordo del tren, Webster le dice a un hombre llamado Mikhail: “Estoy haciendo esta película para mi futura bisnieta, porque me preocupa que su mundo sea peor que el mío y siento que hay algo que podría hacer al respecto, pero no estoy haciendo”.
Mikhail, que es bisabuelo, le responde: “Creo que te estás sobrevalorando en lo que refiere a esta cuestión”.
Una persona de entre muchas
¿Hay algo que una persona sola pueda hacer? Mucha de la gente con la que el director del filme se encuentra, al menos lo intenta. Webster cubre la Cumbre de la ONU sobre el Clima que se celebró en 2014 en Nueva York, durante la cual la poetisa Kathy Jetñil-Kijiner —que proviene de las Islas Marshall, una nación del Pacífico severamente amenazada por el ascenso del nivel del mar— recita un poema tan elocuente ante la Asamblea General, que los dignatarios terminan dedicándole una ovación puestos en pie.
En la posterior entrevista, Kathy Jetñil-Kijiner le dice a Webster, “¿qué voy a hacer?, ¿decírselo (a mi hija pequeña), renunciar…? Una quiere creer que las cosas van a mejorar”. Uno de los versos de su poema dice, “merecemos hacer algo más que simplemente sobrevivir”.
En el tren en el que atraviesa los Estados Unidos, Webster conversa con Carl Anthony, activista afroamericano y abuelo, sobre no darse por vencido. “Cuando permites que la desesperación entre en tu psique”, dice Anthony, “terminas lastimando a las personas que más amas”, a tu familia. Anthony sigue aquí —según él mismo explica— porque sus antepasados no se desesperaron durante generaciones de esclavitud. “Encontraron dentro de sí mismos lo que era necesario para mantener la esperanza”.
Webster se apresura a decirme que no pretende comparar los reveses que ha sufrido en su vida con los sufridos por los afroamericanos. Sin embargo, la filosofía de Anthony se ajusta al tema. “A lo largo del documental hay varias personas que hablan sobre la familia, la siguiente generación, y lo que les vamos a transmitir”, explica. “En este momento no vemos necesariamente hacia dónde irán las cosas en el futuro”.
Webster desea que Botitas amarillas sirva para incentivar el diálogo. La película presenta de una manera imparcial los desafíos del cambio climático, llevando a los espectadores a la conversación sin ocultar los hechos puros y duros.
“Dorit, si estás viendo esto”, dice la voz en off de Webster, “lo que más me gustaría decirte es que he pensado en ti y en el mundo en que vivirás”. Advertencia de spoiler: Webster no se da por vencido. Antes de los créditos de cierre, le dice a su bisnieta: “Estoy lleno de esperanzas por ti y por tu futuro”.
No darse por vencido es ya un paso en la dirección correcta.
Por Peter Marten, noviembre de 2017
Yle, la compañía de radiodifusión pública de Finlandia, emitirá Botitas amarillas el 20 de noviembre de 2017. La película se transmite en continuo en Yle Areena (donde esté disponible).