Carl Gustaf Emil Mannerheim (1867-1951) fue jefe de las fuerzas armadas finlandesas durante la Segunda Guerra Mundial y más tarde pasó a ser presidente de la nación. Su mansión de Helsinki es en la actualidad el Museo Mannerheim, donde puede contemplarse su colección de armas, sus trofeos de caza y comprobar el gran gusto del mariscal para la decoración de interiores.
La residencia es un verdadero trabajo de instalación artística. A través de las habitaciones el visitante entra en diferentes mundos, ya que por deseo de Mannerheim —siempre tan cosmopolita—, la decoración refleja tendencias culturales diversas, desde los matices ingleses hasta el ambiente francés. Así es como la comisaria del Museo Mannerheim, Kristina Ranki, describe la casa.
Mannerheim, una de las figuras más importantes en la historia de la independencia de Finlandia, le alquiló la villa al industrial Karl Fazer —propietario de una famosa fábrica de dulces— cuando tenía 57 años. Vivió en ella rodeado del verdor del parque de Kaivopuisto, que se extiende a lo largo el extremo sur de Helsinki. Tras su fallecimiento, la residencia fue abierta al público como museo.
“Los salones de recepción para los invitados de prestigio estaban en la planta baja, mientras que la de arriba era más de uso privado”, nos explica Kristina Ranki. A excepción de las tres salas de exposición de la planta superior, la residencia ha permanecido prácticamente igual a como era en vida de Mannerheim.
“Visitar el museo y escuchar las historias de los guías es, con toda seguridad, disfrutar de un nuevo tipo de experiencia”, añade la comisaria, “también para aquellos que han leído sobre la historia de la guerra y creen saberlo todo sobre Mannerheim”.
La elegancia antes que la etiqueta
El único objeto llevado al museo después de la muerte de Mannerheim es un retrato al estilo clásico, pintado en 1929 por su buen amigo y destacado artista, Akseli Gallen-Kallela. La pintura revela mucho sobre su protagonista. Transmite la naturaleza esencial de regente renacentista del modelo y su sentido dandi de la elegancia, con su espada de honor y su frac.
Mannerheim era maniático en los detalles, no sólo en lo que refería a su aspecto, sino también en lo que concernía a su imagen pública. Se reservaba el derecho a inspeccionar todas sus fotos antes de que fueran publicadas, para cerciorarse de que en ellas no pudiera apreciarse muestra alguna de cansancio en su rostro.
Cuando era tan solo un joven oficial del ejército, Mannerheim ya era muy exigente en su aseo personal. Más adelante, alcanzado el título de mariscal de campo, encargaba su ropa a medida a sastres extranjeros, con detalles acordes a sus deseos. Sus trajes civiles estaban siempre inmaculados pero, por razones de estilo, el comandante en jefe se tomaba libertades, incluso con la etiqueta del uniforme militar. El mariscal consideraba las franjas estrechas, o rayas del pantalón, más elegantes que las anchas, que eran las reglamentarias dado su rango militar. Por esta razón prefería usar un uniforme de menor rango.
Una casa dice mucho sobre quien la habita
Las paredes de la villa de Mannerheim están decoradas con decenas de trofeos de caza, de los cuales el más famoso es probablemente la piel de tigre de Bengala que alfombra el suelo del salón. Mannerheim lo cazó durante un viaje a la India, en 1937. El mariscal nunca se vestía como un principiante para cazar, sino que se vestía para montar con la misma elegancia que para ir a la guerra. Su guardarropa incluía una chaqueta-frac roja de montar y el correspondiente sombrero de copa negro, ambos para usar en las cacerías.
Por lo demás, Mannerheim siempre se ocupaba de tener buen aspecto, no sólo cuando recibía invitados. Era muy consciente del impacto que su elegante apariencia ejercía en los demás. Por ejemplo, además del cepillo de dientes, usaba una innovación de la época, un irrigador oral de agua —un pequeño dispositivo fijado a la pared del cuarto de baño, similar a un lavador a presión, al cual se le añadían unas cuantas gotas de mentol—, con el cual se lavaba meticulosamente los dientes.
Llevaba las botas brillantes, cada pelo en su sitio y el bigote perfectamente recortado, incluso en su lecho de muerte. Un dandi como ya no quedan.
“Mannerheim fue un representante de la ‘gentleman’s culture’, la cultura de los caballeros”, afirma Kristina Ranki. “Hoy en día tal vez diríamos que Mannerheim era un hípster, en el sentido de que era una persona que cuidaba mucho de su apariencia”.
Bienvenidos a una obra de arte
La sensibilidad estética de Mannerheim —que cuidaba desde su propia apariencia hasta los colores elegidos para la decoración— se hace evidente en su residencia.
“La disciplina militar está muy presente en la villa”, afirma Kristina Ranki. “El propio Mannerheim prestaba atención a cada detalle y se aseguraba de que todo estuviera exactamente en el lugar que le correspondía. Deseaba una casa a su propia imagen y semejanza, imagen que se transmitía a los objetos expuestos: trofeos de caza, regalos oficiales y, sobre el piano de cola, las fotografías de otros jefes de estado”.
Por Marko Ylitalo, junio de 2017