Nea Mänty, 24 años, estudiante, sauna rural de los años 50 en Vihti, junto al lago Myllylampi.
«Cuando estamos en la casa de campo, vamos a la sauna todos los días. Es una parte esencial de nuestra vida familiar cuando estamos allí. La sauna es pequeña pero eficaz. Se calienta en media hora y caben en ella cinco personas.
En la ciudad intento ir a la sauna al menos una vez a la semana. Las saunas eléctricas están bien, pero no pueden compararse con las que se calientan con leña, como esta. Cuando eres tú quien se encarga de encender y alimentar el fuego, sientes un vínculo especial y diferente con el löyly (vapor de la sauna). Mi mejor amiga también es una entusiasta de la sauna. Cuando viene de visita, siempre enciende una hoguera bajo el depósito de agua de lavado mientras yo me encargo del fuego bajo la kiuas (la estufa de la sauna). Se ha convertido en una pequeña rutina que siempre repetimos sin pensar.
No a todo el mundo le gustan los aromas de sauna, pero mi madre y yo los utilizamos sobre todo cuando el invierno se acerca y los días se oscurecen. Una gota de alquitrán o eucalipto en el agua de löyly crea una atmósfera encantadora.
Me gusta echar agua sobre las piedras calientes para potenciar la sensación en la espalda. Luego me doy un baño en el lago y repito el ciclo unas cinco veces. Nadar me ayuda a relajarme cuando estoy estresada.
Para mí, este es un lugar sagrado. Cuando era una niña, mi madre nos contaba un cuento sobre un duende de la sauna para que nos portáramos bien en la sauna. Si te portabas mal, hacías enfadar al duende. Ahora que soy una mujer adulta ya no le temo al duende, pero si alguna vez se me escapa una palabrota al hablar con mis amigos en la sauna, me regaño inmediatamente. Es importante procurar que todo el mundo esté en paz en la sauna».

«Cuando eres tú quien se encarga de encender y alimentar el fuego, sientes un vínculo especial y diferente con el löyly».

Ari Johansson, 68 años, jubilado, sauna Rajaportti de Tampere, la sauna pública más antigua de Finlandia.
«Llevo 68 años yendo a Rajaportti. Cuando era un bebé, mi madre me llevaba con ella a la sección de las mujeres, y ya cuando fui un poco más mayor iba con mi padre a la sección de los hombres. Nunca he ido a ninguna otra sauna pública, excepto cuando Rajaportti ha estado cerrada por reformas.
En aquella época, los vecinos del distrito de Pispala vivían en pisos muy pequeños y no disponían de cuarto de baño propio, por lo cual disponer de una sauna pública era para ellos una necesidad. Ahora, la sauna se ha convertido en un lugar donde la gente acude a relajarse. El secreto de Rajaportti es que tiene este equilibrio perfecto entre humedad y calor.
En 1989, el ayuntamiento planeó sustituir la sauna por un aparcamiento. Como respuesta, los usuarios crearon la Asociación de Usuarios de la Sauna Rajaportti y comunicaron a las autoridades que querían asumir por su cuenta la gestión de la sauna. Se rieron de ellos, pero les dieron permiso durante un año para ver cómo se las arreglaban. Hoy en día, Rajaportti es un gran reclamo turístico que atrae a visitantes de todo el mundo.
Las saunas públicas como Rajaportti tienen mucho que ver con la sensación de comunidad: allí no solo lavas tu cuerpo, sino que también purificas tu mente. En Rajaportti, los hombres y las mujeres van a salas de vapor independientes y tienen allí sus propios círculos de conversación. En el exterior hay una zona compartida para refrescarse entre un löyly y el siguiente. Es un buen lugar para seguir charlando. Los temas de conversación suelen incluir deportes y actualidad. Intentamos no hablar de política para no herir los sentimientos de nadie en la sauna».

Texto Ninni Lehtniemi, fotografía Heli Blåfield