Todos los martes por la noche, armado con unos conocimientos de gramática del finés bastante cuestionables y una capacidad más cuestionable aún para pronunciar palabras con más vocales dobles de las que debería ser legal, me siento ante el ordenador, abro YouTube y pincho en «entrar en directo».
Lo que empezó como un inocente intento de practicar el idioma, en un abrir y cerrar de ojos acabó por convertirse en algo mucho más potente: una comunidad, un hábito y un experimento de larga duración sobre la manera peculiar con que el lenguaje se abre camino en el cerebro humano.
Mira tú por dónde, resulta que la retransmisión en directo se ha convertido en una forma tan sorprendente como eficaz de hacer precisamente eso. Te obliga a ser coherente, te permite recibir comentarios en tiempo real y garantiza que cualquier error, por absurdo que sea, sea visto al instante, sea diseccionado y, muy probablemente, acabe convertido en un meme.
Pero, más allá del espectáculo, la experiencia me ha dado algunas lecciones sobre la adquisición de un nuevo idioma. He aquí las tres principales.
1. Habla primero y que el pánico cunda después
La mayor tragedia de aprender idiomas es que a menudo nos da pavor utilizar las palabras que hemos adquirido con tanto esfuerzo. Las guardamos cual dragones custodiando un tesoro. Sin embargo, mientras que los dragones atesoran por codicia, nosotros lo hacemos por vergüenza, porque tenemos demasiado miedo de gastar nuestras palabras para equivocarnos. Pero ‒y he aquí el secreto‒ la única manera de hablar una lengua es, bueno… hablarla.
Durante mis directos, me ponía un cronómetro durante 15 minutos y me juraba solemnemente que verbalizaría mis pensamientos en finés antes de concederme la gracia de comprobar la traducción. Unas veces lo conseguía, pero otras, sin querer, le declaraba la guerra al concepto mismo de gramática.
En cierta ocasión traduje al inglés el nombre de mi país natal, Estados Unidos (Yhdysvallat), como Switzerland (Suiza). Y me quedé tan a gusto.
En mi defensa, diré que estaba acostumbrado a verlo sólo como Amerikka o USA (los hablantes de finés suelen utilizar esta abreviatura). Pero en el fragor de la batalla, mi cerebro entró en pánico y vio una similitud entre Yhdysvallat e Itävalta (que en realidad es Austria, así que metí la pata doblemente). Los telespectadores del chat se lo pasaron pipa con aquel contratiempo y nunca me han dejado olvidarlo… ni deberían hacerlo.
Porque la cuestión es esta: nadie espera que hables finés a la perfección (y menos aún los finlandeses). En cuanto me di cuenta de esto, mis errores dejaron de parecerme humillantes y empezaron a parecerme graciosos. Los errores no son fracasos: son la prueba de que lo estás intentando. Y, si tienes suerte, pueden dar lugar a una fantástica comedia.
Si no tienes un público en directo para que te haga responsable de tus actos, cuenta tu día en finés, graba notas de voz o habla con tu mascota. No te corregirán, pero tampoco te juzgarán (probablemente).
2. Los idiomas, mejor en compañía

¿Está mirando la audiencia? El aprendizaje de idiomas es también un tira y afloja cultural.
Ilustración: Jarkko Ojanen
Las lenguas no son ecuaciones que deban ser resueltas, sino cosas vivas, cosas que respiran. En el momento en que involucramos a otras personas, el proceso se vuelve más vivo, divertido, e infinitamente más memorable.
Uno de los mayores beneficios de retransmitir en directo por YouTube mis prácticas de finés es la interacción con los espectadores, que corrigen mis errores, me desafían con nuevas palabras y, de cuando en cuando, se deleitan con mis descalabros lingüísticos. Sin embargo, el aprendizaje de idiomas es también un intercambio cultural, y en mis retransmisiones la interacción es como una calle de dos sentidos. Ellos me guían por las agitadas aguas del finés como los pacientes instructores de rafting acompañan a ese alumno que pensaba que el viaje iba a ser más bien al estilo «río lento», y yo les devuelvo el favor con mis propios chascarrillos culturales.
Una de las contribuciones de las que me siento más orgulloso es haber convencido (o al menos haber intentado convencer) a mis espectadores finlandeses de que la mejor marca de pan de centeno finlandés es, sin duda Reissumies, y que como mejor está es tostado y cubierto con una buena capa de manteca de cacahuete y mermelada de arándanos.
En el chat, algunos se mostraron escépticos sobre aquellos ingredientes tan poco finlandeses. Otros estaban sencillamente horrorizados. Pero como sucede en todos los grandes debates, la conversación en sí fue la mitad de la diversión. Aprender un idioma no es sólo dominar la gramática. Se trata de las conexiones que establecemos, las ideas que intercambiamos y las risas que provoca el descubrimiento de las peculiaridades de los demás.
Cuando la transmisión en directo no es una opción, hay muchas otras formas de convertir el aprendizaje de idiomas en algo social. Participa en foros en línea, asiste a encuentros lingüísticos o comenta los post en las redes sociales finlandesas. La amabilidad de los desconocidos y, ocasionalmente, su humor, son herramientas de aprendizaje muy infravaloradas.
3. El secreto no está en la motivación, sino en la rutina
La motivación no es de fiar. Se presenta en grandes estallidos heroicos y desaparece en cuanto la cosa se pone incómoda. La rutina, sin embargo, sigue adelante sin importarle el entusiasmo.
Mis emisiones de los martes se convirtieron en algo sagrado, pero no porque siempre tuviera ganas de hacerlas, sino simplemente porque era lo que hacía los martes. Había muchas tardes en las que me desanimaba de antemano, pero una vez que me ponía en marcha, empezaba a pasármelo bien. La charla se animaba, los comentarios fluían y, de repente, me parecía una tontería haberme resistido a ello.
Si te cuesta mantener el ritmo, conecta tus sesiones de estudio a algo que resulte inamovible: lee las Selkouutiset (las noticias en Finés Claro) mientras te tomas tu café de la mañana, escucha un podcast en finés mientras vas al trabajo o escribe una entrada en tu diario antes de acostarte. El idioma se aprende en los pequeños momentos, no en los grandes arrebatos de inspiración.
Algunas reflexiones, para terminar

Los errores no son fracasos: son la prueba de que lo estás intentando.
Ilustración: Jarkko Ojanen
A pesar de los errores, las torpezas y los ocasionales descalabros lingüísticos, gracias a la retransmisión en directo me he dado cuenta de que el finés no es algo que uno pueda dominar sólo a fuerza de lógica. Han sido demasiadas las veces en que me he acercado a él como si fuera un sudoku, analizando las terminaciones de los casos como si se tratara de números que tienen que cuadrar. Pero la lengua no es un rompecabezas que hay que resolver, sino algo que se vive, se habla y a veces se improvisa.
Y es que, veréis, el finés no es tanto cuestión de aprenderlo, sino de invocarlo. Es un idioma en el que las sílabas cambian como las aguas iluminadas por la luna y los finales de las palabras se retuercen con una lógica que a veces da que pensar, incluso a los hablantes nativos.
¿Qué otro idioma hubiera podido utilizar Väinämöinen, el viejo y sabio bardo, para atraer hasta un pantano a su rival cantando, disipar una plaga mágica maligna y arrancar la sabiduría olvidada del vientre de un gigante, como sucede en la epopeya nacional finlandesa El Kalevala? Una lengua de poesía y poder, y yo aquí, intentando mantener el tipo cada vez que la cajera me pregunta: “Haluatko muuta?” (¿Quieres algo más?).
Así que estudiamos. Escuchamos. Hablamos, aunque sea a trompicones, confiando en que la fluidez no se construye en grandes momentos de inspiración, sino en los pequeños rituales diarios de intentarlo, fracasar y volver a intentarlo. Nos dejamos llevar por el ritmo, lo absurdo, la magia de todo ello, hasta que un día conseguimos pronunciar una frase que, por fin, no se desvanece en el aire.
¡Onnea matkaan! (¡Suerte en tu viaje!)
Por Tyler Walton, abril de 2025