El viejo proverbio finlandés “Primero construye la sauna y después la casa” demuestra la seriedad con la que los finlandeses se toman esta institución nacional. Como bien sabe nuestro reportero americano, también es un tema del que les encanta hablar.
Finlandia, un país cuyas tradiciones saunísticas se remontan a un par de miles de años, se enorgullece de disponer de diversos estudios, seminarios, revistas y clubes dedicados al tema de las saunas. En la antigüedad, la sauna era un lugar para limpiarse, cuidarse de la higiene personal, cocinar, almacenar cosas, dar a luz y, lo más importante de todo, eludir durante un ratito el frío invernal.
Hoy en día hay dos millones de saunas repartidas entre casas, bloques de pisos, empresas, oficinas del gobierno, piscinas, casitas de campo de veraneo, yates y bares. Hay una en el edificio de Parlamento, una en el fondo de la mina de Pyhäsalmi (la sauna situada a mayor profundidad del mundo) y una que tiene el honor de ser la más grande del mundo (Jätkänkämppä, en Kuopio). Existen incluso saunas móviles: se han incorporado varias versiones en autobuses, remolques, tiendas de campaña, cabinas telefónicas, maquinaria agrícola y hasta en bicicletas, y se celebra un festival de saunas móviles en la ciudad finlandesa occidental de Teuva.
El imperio de la sauna
Al llegar a Finlandia, empecé inmediatamente a oír elogios sobre la sauna. Es el tratamiento de salud supremo, me decían los finlandeses. Mi primera experiencia fue en Tampere, en una piscina pública. Tal como me enseñaron, alterné entre las sesiones de sauna y baños refrescantes en la piscina, además de atizarme con ramas de abedul en la sauna para mejorar la circulación. Después, me sentí de maravilla, fresco y tonificado. A la mañana siguiente me desperté con un resfriado terrible.
El resfriado pronto desapareció y mi gusto por la sauna aumentó. Estuve encantado de ver que mi bloque de pisos disponía de sauna. Un vecino me explicó que tenía una estufa de gas natural poco común. Primero se calentaban las piedras durante dos horas, luego se apagaba y se dejaba propagar el calor durante 30 minutos. El resultado: un calor divino. Técnicamente, probablemente fuese la mejor sauna de la que nunca haya disfrutado. Lamentablemente, la estufa hacía un leve sonido explosivo al encenderla, por lo que la sustituyeron por una de eléctrica. Adiós, sauna perfecta.
Una vez, al tomar una sauna de invierno en el campo con unos amigos, me recomendaron que probase a revolcarme por la nieve, algo que describían como estimulante y agradable. La nieve, suave y fina, parecía incluso acogedora. No obstante, cuando entró en contacto con mi cuerpo, me sentí como si me estuviese revolcando desnudo por un jardín de cactus.
“Ha sido fabuloso”, mentí. “Muy bien”, me dijeron mis amigos, “ahora ya estás preparado para probar el avanto”. Los finlandeses hablan poéticamente sobre las maravillas del avanto-uinti que consiste en nadar en un agujero en el hielo de un lago congelado o del océano, frecuentemente en combinación con una visita a la sauna.
Saunas de todo tipo
Luego hubo una temporada durante la que me quedé en un pintoresco hotel en una antigua mansión al este de Finlandia a principios del otoño. Durante el día, iba de excursión por los encantadores bosques y, por la tarde, me deleitaba con una suntuosa cena. Era el único huésped del hotel y decidí tomar una sauna a la orilla del lago a medianoche. Después de sudar de lo lindo, me zambullí en el lago.
La temperatura del agua era sorprendentemente agradable, y era fácil flotar tranquilamente en la superficie. Pero estaba tan oscuro que apenas podía ver nada. Mi mente empezó a dar vueltas. ¿Y si me golpeo la cabeza en el embarcadero? ¿O si se me encallan los pies en el fondo fangoso? ¿Y los osos son excelentes nadadores, no?
“¿Qué pronto vuelve, no?”, me comentó el gerente. “Sí”, le respondí, “he pensado que tendría que dormir. Mañana es un gran día”.
A lo largo de los años, los finlandeses me han dado la oportunidad de probar saunas de humo con un calor suave como la seda, una sauna en una azotea con vistas espectaculares y una sauna a 110 grados centígrados (230 grados Fahrenheit). Me sorprendió sobrevivir a esta última, ya que una temperatura más típica estaría más cerca de los 80 grados centígrados (176 grados Fahrenheit), que ya es mucho calor.
He estado en saunas gigantescas, saunas para una sola persona y saunas de para después de hacer deporte. He estado en saunas salvajes con conversaciones bulliciosas y en otras donde podía relajarme en soledad. Al acumular todas estas interesantes experiencias, he adquirido muchos recuerdos fabulosos. Y, lo que es más importante, ahora tengo un excelente tema para conversar elocuentemente con los finlandeses.
Por Russell Snyder, junio de 2013