Taito Vesala tiene 96 años y ha sido testigo de cómo las tabletas han sustituido a las pizarras en las aulas finlandesas. Las habilidades de sus descendientes no dejan de asombrarlo.
Cuando Taito Vesala (96 años) empezó su primer año de escuela a la edad de seis, en 1926 (todas las edades, fechas y años escolares son los del momento en que se escribió este artículo, a finales de 2016), tuvo dos semanas de clase en otoño y otras dos en primavera, todas ellas en una escuela ambulante. Más tarde asistió cuatro años a una escuela de educación primaria, y ahí termina su historial educativo.
“Antes de que nos dieran nuestro certificado final de primaria, la sobrina de la maestra y yo competimos para saber quién obtendría las mejores notas en la clase. La maestra quería que continuara mis estudios, ya que mis notas eran muy buenas. Pero mi familia era pobre, y tuve que irme a trabajar para ayudar a mis padres”, recuerda Taito.
“Así que ahí terminó mi educación formal, y el resto de mi aprendizaje lo hice en la escuela de la vida”, nos cuenta.
En los años veinte, Finlandia era un país pobre y predominantemente agrícola que acababa de conseguir la independencia. Taito fue el primero de su familia en recibir educación formal.
Cuando el bisnieto de Taito, Tatu Vesala, de 10 años, empezó la escuela en 2013, tenía por delante al menos nueve años de educación. A Tatu, que ahora está en quinto grado, le gusta ir a la escuela y sueña con convertirse en actor.
El desarrollo del sistema educativo finlandés ha coincidido con el crecimiento de los descendientes de Taito. Cada generación ha disfrutado de más educación que la precedente. El sistema educativo finlandés ha recibido reconocimiento a nivel mundial. En el estudio PISA, o en el programa de investigación conjunta de los países miembros de la OCDE, las competencias de los escolares finlandeses suelen estar entre las primeras del ranking.
La comparación internacional de las escuelas es difícil, pero los pilares en que se basa el buen rendimiento de Finlandia en las pruebas son varios. En Finlandia, la actitud hacia la educación y su valoración son muy positivas.
Un viaje de 100 años
Durante los primeros años del siglo XX, solo un tercio de los niños que vivían en las zonas rurales asistía al colegio. Uno de los objetivos de la ley de educación obligatoria de 1921 fue que todos los niños completaran la educación primaria. Una vez finalizado el cuarto curso, los niños que tenían medios económicos y calificaciones suficientes podían solicitar acceder a la educación secundaria.
A pesar de sus buenas notas, Taito no tuvo esa oportunidad. Por eso al principio de su vida laboral realizó diversos trabajos, desde oficial de policía hasta agente inmobiliario. La carrera de su hijo Jarmo Vesala, de 66 años, ha sido similar: se jubiló hace poco de su trabajo como propietario de una gasolinera.
La educación de Jarmo comenzó en Helsinki, en 1956. La Ley de Educación Primaria se aprobó dos años después de que él empezara el colegio, añadiendo dos años de educación obligatoria. Por este motivo su educación duró algo más que la de su padre.
El sistema educativo finlandés se reformó casi por completo durante los años setenta, cuando la reforma educativa total dio por finalizada la era de los sistemas de educación primaria y secundaria. La reforma sustituyó el sistema de educación primaria y secundaria por una educación obligatoria de nueve años, dividida entre un nivel inferior de seis años y un nivel superior de tres años.
El sistema de educación secundaria obligatoria se puso en marcha en Finlandia de manera gradual desde 1972. Esto coincidió con el momento en que el hijo de Jarmo, Jari Vesala, de 47 años, comenzó el colegio.
La reforma de la educación obligatoria fue un tema candente en su momento, pero para Jari, el nuevo sistema escolar fue la forma de aprender.
“La escuela secundaria era mi única opción para recibir educación”, dice Jari.
Una comida gratis al día
Una de las recetas del éxito del sistema educativo finlandés es la comida de las escuelas. En 1948, se aprobó una ley que obligaba a los ayuntamientos a proporcionar una comida gratuita cada uno de los seis días escolares de entonces.
“En los cincuenta, el servicio de comedor era muy parecido al actual. A una hora determinada, todos nos juntábamos para comer. A mí me habían enseñado en casa que había que terminarse la comida del plato” recuerda Jarmo, el hijo de Taito.
“El plato que no le gustaba a nadie en mi colegio era el estofado de carne con eneldo. Yo era el único de la clase que se lo comía todo”, dice Jarmo, con una sonrisa de satisfacción.
Los años han pasado y ya no queda rastro del estofado de carne con eneldo en el menú escolar, que se ha ido actualizando con los años, adecuándose a las recomendaciones nutricionales de cada momento. Hoy se continúa sirviendo una comida gratis a todos los alumnos, los cinco días de clase.
Tatu, que asiste a la escuela en la actualidad, está contento con la comida que se sirve.
“Normalmente la comida está bastante bien. Por ejemplo, a mí me gustan las patatas gratinadas con jamón. La comida es buena y está rica”, dice Tatu.
Jari, que es contratista de movimiento de tierras, también es de los que alaban la bondad de las comidas del comedor escolar.
“Tengo buenos recuerdos. La comida que se sirve en los comedores escolares sigue siendo buena. De hecho mi padre y yo vamos a una escuela cercana al lugar donde trabajamos para comer a mediodía. La comida tiene un precio razonable, es sana y muy sabrosa”, cuenta Jari.
“Me parece admirable que el comedor escolar sirva comidas a 700 alumnos todos los días”, dice Jarmo.
Evaluación sin notas
Desde la época en que Taito iba a la escuela, el sistema educativo ha venido utilizado un escala de calificaciones del 4 al 10—siendo 10 la nota más alta—para evaluar el rendimiento de los alumnos dos veces al año.
“Yo solía ser un chico de 7”, dice Jarmo hablando de sus años escolares.
Las notas se basaban en exámenes y en el trabajo en clase. El único examen oral en los años cincuenta era el de canto, en el que cada estudiante tenía que cantar delante de la clase.
En los últimos años, el sistema de calificaciones cambió y en lugar de las calificaciones numéricas se pasó a las evaluaciones escritas. Tatu ha sido evaluado con letras hasta ahora.
“Por ejemplo, la primavera pasada saqué una A en el examen de alemán más importante. En conducta en clase me pusieron una B, pero en participación obtuve una A+”, explica el espabilado chaval.
Su abuelo Jarmo admira la capacidad de Tatu para aprender idiomas extranjeros. A él no le enseñaron ningún idioma en la escuela.
“¡Y este niño con diez años ya habla inglés y alemán!”, exclama Jarmo.
Tatu empezó a aprender alemán en cuarto grado, e inglés cuando estaba a la mitad del segundo. El nuevo currículo básico hará posible que Tatu empiece a aprender sueco en sexto grado, el año que viene, de modo que tras seis años en el colegio, habrá estudiado tres idiomas.
Aprendizaje versátil
Las historias de estas cuatro generaciones muestran que, aunque el principio básico de la educación ha permanecido casi sin modificarse durante casi un siglo, el sistema educativo está en constante renovación. La gran reforma que reorganizará el sistema educativo finlandés en los años venideros es la del nuevo currículo básico. En otoño de 2016 comenzó su aplicación en el nivel escolar elemental.
Durante estos últimos años, entre otros métodos, se ha implantado en las escuelas el aprendizaje basado en fenómenos en diferentes asignaturas. Tatu ha venido a la entrevista directamente de la escuela, de una feria de turismo organizada por su clase. En las clases, los estudiantes planifican y organizan una feria de turismo en la que presentan los destinos y culturas de diferentes países a otros compañeros.
“Esta mañana, Tatu salió hacia la escuela con nuestra vieja maleta, que es más grande que él”, nos cuenta Jari mientras nos explica que la vieja maleta se incluirá en el decorado de la feria de turismo.
Se acabaron las pizarras
Los nuevos métodos de aprendizaje se reflejan en las instalaciones de la escuela. Puesto que el enfoque pedagógico va de la recogida de información al aprendizaje de técnicas de estudio, las aulas también se han tenido que transformar. Antes, la mesa del profesor estaba colocada entre los estudiantes y la pizarra y los estudiantes se sentaban en filas de pupitres. Hoy, las aulas son abiertas y se pueden transformar. El profesor ya no da clases magistrales desde una tarima, debido al uso de ordenadores inalámbricos y a la digitalización.
En las aulas donde Tatu aprende ya no hay pizarras ni tizas. En la mesa del profesor hay una cámara digital con la que puede mostrar a los alumnos los materiales en una pizarra inteligente. El profesor también puede mostrar vídeos desde su ordenador. A veces los estudiantes utilizan tabletas u ordenadores.
“Por ejemplo, cuando coloreamos o pintamos, podemos utilizar la tableta para fijarnos en los modelos”, dice Tatu.
Las competencias de búsqueda de información se practican mediante presentaciones que normalmente se realizan en parejas o en grupo.
Algunos de los libros de texto son completamente electrónicos en la actualidad. Al hermano mayor de Tatu, Leevi Vesala , de 14 años, le han asignado una tableta en el colegio. La mayor parte de los materiales de aprendizaje ya están en formato electrónico.
“Los jóvenes de hoy son algo extraordinario”, dice Taito a sus 96 años.
“¡Reciben tanta información que no puedo dejar de admirar sus habilidades!”
Por Hannele Tavi, ThisisFINLAND Magazine 2017