Jean Sibelius, el compositor más famoso de Finlandia, también compuso algunos de los villancicos más queridos por los finlandeses, aunque le temiese a la época más oscura del año. No obstante, en el hogar de los Sibelius se celebraba la Navidad con alegría y mucha música (más abajo encontrarán un enlace a la lista de reproducción).
Sé exactamente lo que significa tener un compositor en la familia cuando llega la Navidad. Después de la suntuosa cena finlandesa, con sus correspondientes guarniciones, todos se reúnen bulliciosamente en torno al piano y al rey de la casa. El canto fervoroso, aunque a veces desafinado, de los villancicos tradicionales y, mejor aún, de los de composición propia, derrite el hielo del exterior.
Llevo veinte años experimentando fiestas alegres e inolvidables como estas con mi suegro, el compositor finlandés Tauno Marttinen, en la acogedora casa de madera donde él y su esposa Ilmi viven, en Hämeenlinna, ciudad que también es la cuna del compositor más famoso de Finlandia, Jean Sibelius, cuyos villancicos son cantados con deleite por todos los finlandeses cada Nochebuena.
Alegría y melancolía
Me imagino que a orillas del idílico lago Tuusula, donde Sibelius vivió la mayor parte de su vida con su esposa Aino y sus cinco hijas, la atmósfera debía de ser bastante parecida a la de nuestro hogar: en ambos música, un compositor, una familia reunida y mucha alegría, por encima de todo.
Aunque Sibelius no era muy religioso, al parecer, y solo hablaba de su cristianismo como de “la fe de mis antepasados”, se sabe que acudía a la iglesia por lo menos una vez al año, la mañana del día de Navidad. En cualquier caso, la época de Navidad no le llamaba especialmente la atención.
“Las semanas más oscuras del año, que van desde mi cumpleaños (el ocho de diciembre) hasta la Navidad, cuando el sol alcanza su punto más bajo, son siempre un momento difícil para mí”, le confió en cierta ocasión a su secretario, Santeri Levas. “En cuanto pasa la Navidad, todo va a mejor y la vida vuelve a parecerme divertida”.”
Los regalos musicales de Sibelius
Dejando a un lado la melancolía del invierno, según todos los testimonios, el compositor acostumbraba disfrutar mucho del tiempo que pasaba con su familia, y solía regalarles por Navidad composiciones, a ellos y a sus amigos.
En 1915, Sibelius hizo una compilación con cinco de sus canciones de Navidad, compuestas entre 1897 y 1913, titulándola Opus 1. Dos de ellas, el himno “En etsi valtaa loistoa” ( “No deseo poder ni esplendor”) y el titulado “On hanget korkeat , nietokset” (“Alta crece la nieve”), se encuentran entre los villancicos favoritos de los finlandeses. Cada año los hijos de la familia Sibelius cantaban las canciones, las cuales llegaron a desempeñar un papel especial en las tradiciones navideñas de la familia, porque cuando llegaba el turno de “No deseo poder ni esplendor”, su madre, Aino, se sentaba por una vez al piano. Sin embargo, la verdadera señal de que las Fiestas habían dado comienzo era cuando Jean tocaba para sus hijos “Alta crece la nieve”.
Señal de la importancia que los villancicos tenían para Sibelius, es el hecho de que trabajase en ellos de forma continua hasta poco antes de su muerte, acaecida en 1957. Sibelius compuso “No deseo poder ni esplendor” poco después de su traslado a Ainola, en 1904. La casa lleva el nombre de su esposa y está situada cerca de Järvenpää, a unos cuarenta kilómetros al norte de Helsinki.
En su anterior casa de Kerava, unos diez kilómetros más al sur, compuso “Alta crece la nieve”. Y fue en 1943 cuando la canción, cuya letra es un poema de Zacarías Topelius, fue incluida en el libro de himnos de la Iglesia Evangélica Luterana de Finlandia, primero en versión sueca y más tarde en finés.
La bulliciosa cena de Navidad
Cada Navidad Ainola bullía, llena de gente. Estaban las hijas, con sus respectivas familias, los parientes políticos y algunos amigos de visita. La casa, normalmente tan silenciosa que hasta se podía oír caer un alfiler, se llenaba con los ecos de la música, las risas de los juegos y el bullicio de los niños corriendo alrededor. Me los imagino a todos, envueltos en el humo de los puros que Sibelius tanto amaba.
La casa tenía electricidad, pero carecía de agua corriente, ya que Sibelius se negaba a que la hubiera. Me imagino el reto que debía de ser para las mujeres preparar aquellos festines culinarios para tanta gente. Entre los manjares se hallaban las conservas caseras que la propia Aino preparaba.
Para los niños, el punto álgido era el comienzo de la Navidad en Ainola . “A los niños nos llevaban a un cuarto de juegos que estaba a oscuras y luego nos llamaban a la sala, cuando el árbol de Navidad ya estaba iluminado”, cuenta su nieta, Laura Enckell, en sus memorias de infancia.
“Realmente te deslumbraba con su brillo. El abuelo tocaba “Alta crece la nieve”, y lo hacía bien fuerte, pisando el pedal como si estuviera tocando el órgano. Estaba claro que le hubierse gustado tener también una orquesta acompañándolo. Cantábamos ese villancico y luego continuábamos con “No deseo poder ni esplendor”. Todo era alegría, sin una pizca de religiosidad ni tristeza”.
Por Rebecca Libermann