Reidar Särestöniemi (1925-1981), fue un excéntrico artista del norte de Finlandia que supo captar la belleza indómita de su tierra natal en sus audaces y coloridos cuadros.
Era un niño peculiar y solitario, más cercano a los animales que a las personas. Solía escapar al bosque para explorarlo y cometía travesuras que tenían por objeto a los animales de la pequeña granja familiar.
No estaba hecho para las labores del campo, ni mostró nunca interés en aprender tarea alguna.
Para él, el caudaloso río Ounas, que pasaba junto a su casa, era su hermano. Esa era su naturaleza.
Origen septentrional
Reidar nació en el pueblo de Kaukonen y fue el menor de los siete hijos de Matti y Alma Särestöniemi. De niño, fabricaba su propia pintura mezclando suero de leche y pétalos de flores, utilizando a veces ceniza para mezclarla, si no disponía de otra cosa. Tenía que dibujar y pintar. No lograba mantener su interés en nada más.
No le resultó fácil llegar la cima de la escena cultural finlandesa desde tan modestos orígenes, pero lo logró.
Un impacto fuera de lo común

Reidar Särestöniemi (1925-1981) se sentía profundamente vinculado a la naturaleza, lo que influyó enormemente en su arte.
Foto: Unto Järvinen/HS/Lehtikuva
El Museo de Arte Didrichsen de Helsinki ha batido récords de visitantes esta primavera de 2025, ya que decenas de miles de espectadores han acudido a contemplar las coloristas pinturas de Särestöniemi en la exposición En la orilla del mundo: Reidar Särestöniemi, 100 años (hasta el 1 de junio de 2025).
Las obras, de gran formato y vibrantes colores, logran arrebatar la atención de los visitantes, que hacen largas colas para contemplarlas de cerca. La tundra, naranja, y el sol de color rojo, destacan en las paredes del museo. Delicadas ramas de abedul cubiertas de escarcha parecen haberse congelado en el tiempo. Los renos pastan y la hierba algodonera parece mecerse al viento suavemente.
La directora del museo, Maria Didrichsen, está convencida de que el arte de Särestöniemi se está revalorizando en la actualidad. “Aunque sus obras no son meticulosamente representativas, sorprende la facilidad con que se hacen entender”, afirma.
En su opinión, la afluencia de turistas a la Laponia finlandesa, cada vez mayor, ha acercado el arte de Särestöniemi a la gente. Aunque en otros tiempos sus colores se consideraban demasiado vivos, quienes conocen el extremo norte de Finlandia se percatan enseguida de que son fieles a la realidad.
“Su arte es poderoso, y el efecto de las grandes dimensiones de sus obras resulta impactante”, señala Didrichsen. “Muchos visitantes se quedan absortos ante sus pinturas, porque encuentran en ellas consuelo y energía, especialmente en estos tiempos tan convulsos”.
Una dedicación obsesiva

El viento del norte llenó el pantano de flores en una noche (1971): En el norte de Finlandia, la primavera tarda en llegar, pero lo hace con gran intensidad. Särestöniemi creía que el verano era tan corto que las primeras flores de primavera ya llevaban en ellas los tonos rojizos del otoño.
Foto: Rauno Träskelin
Aquel chico salido del otro lado del Círculo Polar Ártico acabaría ingresando en la escuela de Arte para convertirse en artista profesional.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la madre de Särestöniemi le consiguió su primer profesor particular que, a su vez, le ayudó a ingresar en la Academia Finlandesa de Bellas Artes de Helsinki a la edad de 22 años. Por esa misma época, empezó a estudiar en el Departamento de Dibujo de la Universidad de Helsinki.
Pasar de vivir en la naturaleza a la bulliciosa capital de Finlandia, supuso un gran cambio para Särestöniemi. Allá en Kaukonen su casa estaba al final de un camino de tierra, mientras que en Helsinki no dejaban de pasar tranvías y coches a gran velocidad.
En la escuela, Särestöniemi pintaba con una dedicación obsesiva, desde las nueve de la mañana hasta casi la medianoche. Era muy inquieto, totalmente diferente a los demás alumnos. Saltaba incansablemente de un caballete a otro como un pechiazul, el pajarillo cantarín que pasa los veranos en el lejano norte.
Pero aquel muchacho aprendía, y lo hacía a un ritmo asombroso.
Huellas imborrables

Särestöniemi prefirió seguir viviendo y trabajando en la vieja granja familiar.
Foto: Kaius Hedenström/Lehtikuva
En 1952, Särestöniemi viajó por primera vez a París en busca de inspiración. La experiencia dejó una huella indeleble en su obra.
Durante un mes, visitó el Louvre casi a diario, descubrió las obras del artista mexicano Diego Rivera y se enamoró de la obra del artista ruso-francés Marc Chagall. Särestöniemi se preguntaba cómo alguien podía pintar obras que parecían cuentos de hadas, como si las imágenes estuvieran siendo utilizadas para recitar poemas.
En París, Särestöniemi se sintió capaz de ser él mismo. No necesitaba ocultar nada: era libre. La capital francesa era una metrópolis que ofrecía innumerables oportunidades, mientras que Finlandia le parecía remota y aislada.
Cuando Särestöniemi regresó del continente a su casa de Kaukonen, le esperaba un invierno largo y laborioso. Había reunido el dinero para el viaje con la promesa de vender madera de las tierras de su familia, y tenía que talar 300 árboles del bosque.
La frágil naturaleza del norte

Encuentro de fugitivos (1969): Särestöniemi amó de por vida poeta Yrjö Kaijärvi y a menudo solía introducir sutiles insinuaciones sobre su sexualidad en sus cuadros o en los títulos de estos.
Foto: Rauno Träskelin
La conservación de la naturaleza se convirtió más adelante en un tema de gran importancia en el arte de Särestöniemi. Se anticipó a su tiempo criticando el uso del plástico, y la protección de los animales, los bosques y los ríos se convirtió en toda una pasión para él.
Consideró inaceptable la amenaza que suponía la construcción de una presa en el río Ounas. No deseaba ver desaparecer la frágil naturaleza del norte.
En sus cuadros, Särestöniemi se representaba a sí mismo en la figura de diferentes animales: cuando quería mostrarse lúdico y poderoso, pintaba un lince, mientras que el urogallo representaba su fragilidad.
Cuando pintaba lobos, Särestöniemi quería resaltar su rareza. Quizá a veces se percibiera a sí mismo acorralado como un lobo solitario. Fue homosexual en una época en la que esta estaba penada por la ley en Finlandia.
En sus cuadros se ocultaban sutiles mensajes, como osos con barba abrazándose. Aunque las alusiones estuvieran a la vista de todos, pocos las entendían. Permanecía oculto y, por tanto, se encontraba a salvo.
Llamar la atención

Marie-Louise y Gunnar Didrichsen, fundadores del Museo de Arte Didrichsen de Helsinki, conocieron a Särestöniemi en 1968 y más tarde adquirieron varias de sus obras.
Foto: Rauno Träskelin
Särestöniemi se atrevió a defender la individualidad. Desde luego fue un hombre único.
En aquellos tiempos los barbudos eran objeto de recelo en su pueblo natal, pero él se dejó crecer una larga barba negra y se la tiñó de un rojo brillante.
Recorría la carretera de Kaukonen vestido con ropa de estilo español y calzando botas de cuero fabricadas por los Sami, el pueblo indígena del norte de Europa. Los lugareños comentaban que en invierno vestía de verano y que en verano vestía de invierno.
Parecía que le gustaba llamar la atención, formar parte de un gran espectáculo. Él mismo era grande y colorido, como sus cuadros.
Sin contención

La exposición del Museo de Arte Didrichsen que conmemora el centenario del nacimiento de Särestöniemi, ha atraído a un número de visitantes sin precedentes.
Foto: Emilia Kangasluoma
Särestöniemi descubrió su propio estilo, único y un tanto ingenuo, en 1959, al regresar de un viaje de estudios en Leningrado, entonces Unión Soviética. Había aprendido a encontrar en su paleta los colores de la naturaleza y empleaba pinceladas enérgicas y certeras.
No se contenía con los colores. Era capaz de verter un bote entero de pintura sobre una obra, para luego extenderla, embadurnarla y trabajarla hasta conseguir que se convirtiera en un cuadro.
Siempre fue consciente de que un día su arte sería reconocido y se haría famoso. La popularidad no tardó en llegar. La gente adoraba a aquel artista exótico y excéntrico, cuyas obras a gran escala parecían estallar en intensos colores.
Sus obras se vendían bien, alcanzando precios sin precedentes. En cierta ocasión, cuando Särestöniemi fue a ingresar el dinero de sus cuadros en su pequeña oficina bancaria local, el director del banco, agradecido y asombrado, le estrechó la mano calurosamente.
Expresarse a sí mismo

Corazón de invierno (1980): Särestöniemi desdeñó la noche polar del invierno durante gran parte de su vida, pero en sus últimos años decidió reconciliarse con ella. Esta obra representa un luminoso bosque de abedules entre la nieve.
Foto: Emilia Kangasluoma
Algunos pensaban de Särestöniemi que era un arrogante. Desde luego, era especial, eso nadie podía negarlo.
Pero, ¿y si su supuesta arrogancia no era realmente más que sensibilidad, una forma de expresarse, de buscar un cauce hacia la libertad?
Los medios de comunicación finlandeses a menudo lo retrataban como una figura mística que recibía a miembros de las realezas y demás celebridades en su estudio, en plena naturaleza. Pero lo que Särestöniemi realmente anhelaba era la aprobación de la élite del mundo del arte, algo que nunca llegó a recibir en vida.
Viajó mucho, a la Antártida, al archipiélago de las Svalbard, en el mar Glacial Ártico noruego, y a todas partes. Aunque en ocasiones Särestöniemi se alejaba todo lo que podía de los largos y fríos inviernos del norte de Finlandia, siempre regresaba.
La naturaleza, los bosques y la tundra del extremo norte lo eran todo para el artista, que se sentía verdaderamente vinculado a ellos, expresándolo con gran pasión en sus pinturas.
Reidar Särestöniemi murió en su querido norte de Finlandia a los 56 años, en 1981. El río Ounas ha seguido fluyendo, libre.
Por Emilia Kangasluoma, mayo de 2025
Este artículo se basa parcialmente en material extraído del libro de Noora Vaarala “Sarviini puhkeaa lehti” (Ed. Gummerus, 2025).
El Museo Särestöniemi de Kaukonen lo forman la casa y el estudio del artista, así como una galería de arte.