Cuando tenía 15 años solía regalarme los oídos con los veloces riffs y los demoledores solos de los Children of Bodom, la gran banda de metal finlandés. Finlandia está presente de manera similar en las experiencias de innumerables seguidores del metal de un lado a otro del mundo, exactamente igual que en las de este chico de Manchester que ahora les habla.
Al hacerme mayor, mi amor por el heavy metal explotó para convertirse en lo que es hoy, y supe que en un futuro llegaría a ser periodista musical. Mientras recorría el Reino Unido, asistiendo a lo largo y ancho a festivales de metal y entrevistando a mis ídolos de adolescencia, el deseo de visitar Finlandia no hacía sino aumentar. Aquella idea que había despertado años atrás en mi mente, no había parado de crecer.
Tenía que conocer de primera mano aquel país donde el heavy metal era objeto de tanto aprecio y adoración.
Días de eufórica agonía
El Tuska Festival de Helsinki siempre había ocupado la cabecera de mi lista. Sus tres días estivales de caos metalero suelen alardear de un reparto que coincide exactamente con lo que mis papilas gustativas esperan. Y por fin había logrado llegar a aquel festival, cuyo nombre —Tuska— podría traducirse como “agonía”.
Mientras atravesaba las enormes y un tanto amenazantes puertas del Tuska Festival, el adolescente metalero que hay en mí se puso a dar aullidos de felicidad, con la alegría del que siente que por fin ha llegado a casa. Mi agenda: unirme a 25 000 metaleros locos para presenciar las más o menos 50 actuaciones, entre bandas finlandesas y extranjeras. En un año cualquiera el estilo de los grupos puede ir del death-metal sueco (Bloodbath, por ejemplo) al groove metal norteamericano (Lamb of God), y desde las hermosas instrumentaciones australianas (Ne Obliviscaris) hasta los himnos más horteras (Alice Cooper).
Al revés que los festivales británicos de metal a los que llevo acudiendo media década, Tuska es como un soplo de calma y aire fresco en medio de los atroces riffs. Este es un festival para la familia metal.
Las familias, ataviadas con chaquetas que llevan los emblemas de sus bandas favoritas, sonríen a sus ídolos, hay parejas que agitan las cabezas al ritmo de la música sin soltarse de la mano, y amigos que se echan unas risas mientras comparten una cerveza finlandesa bien fría. El ambiente suele estar en lo máximo y no puede haber mejor escaparate para mostrar la amigable personalidad de los finlandeses.
Hospitalarios y generosos
Antes de mi viaje desde Manchester, tenía ciertas ideas preestablecidas sobre Finlandia. Esperaba un País de las Maravillas al estilo nórdico, donde el heavy metal fuera algo habitual. En su mayoría mis suposiciones eran acertadas, porque el heavy metal goza de gran aceptación en Finlandia.
Las calles de Helsinki albergan numerosos bares heavy donde se congrega la melenuda comunidad metalera. Los chicos de Shiraz Lane, una banda de Helsinki a la que había visto actuar en Tuska, me contaron que el metal forma parte de la cultura finlandesa. Según ellos, la actitud de los finlandeses en general es que “si no es metal, no es cool”. También opinaban que el frío y oscuro invierno podía ser una de las razones por las que a la gente le gusta escuchar metal.
Mientras el sol del verano finlandés me daba con fuerza en el rostro, me dije que tal vez la mayor sorpresa de mi aventura en Finlandia había sido la generosidad con que los finlandeses me habían abierto los brazos, un rasgo claro de su personalidad. Aunque mi conocimiento del lenguaje apenas me daba para decir lo mínimo, me sorprendió bastante habérmelas arreglando para comunicarme y hacer amistad con tantos aficionados finlandeses, lo cual demuestra que el amor compartido por la música es más grande de lo que uno se imagina.
Eso se aprecia claramente en Tuska. Los millares de espectadores pueden intimidar a un no-metalero, y eso es comprensible. La camisetas son un alarde de arte gráfico, las bandas tocan temas sobre el horror y los entusiastas “pogueadores” parecen estar pidiendo guerra continuamente. Y sin embargo, nada más lejos de la realidad. Mi impresión fue que todos y cada uno de los participantes en el festival sonreían y estaban deseando pegar la hebra conmigo. Tal vez se trate de la actitud de los finlandeses en general, o tal vez es que el metal ayuda a formar unos vínculos que van más allá de la nacionalidad y une a la gente en su amor compartido por la música.
Helsinki nunca duerme
La actitud de bienvenida de los finlandeses se traduce también en el amor a la comida. Mis experiencias en los puestos de comida en los festivales de música británicos han dejado en mi boca un gusto más bien amargo, pero la cocina finlandesa superó con creces mis sueños más salvajes. Durante mi periplo tuve ocasión de probar la carne de alce, reno, oso, y muchas otras tan raras como excelentes, lo cual le añadió una nueva dimensión a mi experiencia del Tuska Festival, y de Finlandia por añadidura.
Dicen que Nueva York es la ciudad que nunca duerme pero, por lo que ahora sé, eso podría aplicarse también a Helsinki, en su propio estilo. El fenómeno de las noches blancas se traduce en que incluso en el sur de Finlandia el cielo de verano apenas se oscurezca. La claridad ahuyenta el posible cansancio y les permite a los juerguistas seguir sin parar día y noche, y es algo que se sumó a la sensación cálida y hospitalaria que me invadió ya al bajar del avión. Hay bares para todos los gustos y también para todas las preferencias musicales, y pubs idílicos en los que se sirve una gran variedad de cervezas cuya existencia ignoraba antes de mi viaje a Finlandia.
Mirase adonde mirase, la belleza de los paisajes me sorprendió y me hizo pensar que estaba ante la joya escondida de Europa. Lagos y bosques ricos en vida silvestre y a tan solo un tiro de piedra de una capital que rebosa cultura.
Al mismo tiempo, uno tiene la impresión de que Finlandia es el lugar al que el heavy metal y sus tribus pertenecen realmente. Mientras que en la mayoría de las sociedades el metal entra dentro de lo underground, Helsinki se precia de ser una ciudad alternativa. La gente se pasea por sus calles sin prejuicio alguno, una actitud que el Tuska festival no hace sino fortalecer. Mientras presenciaba la actuación de los finlandeses Amorphis, con su mezcla de belleza y brutalidad, pensé que nunca me había sentido tan a gusto como en ese momento. Podía encontrarme a miles de kilómetros de Manchester, pero en brazos de la comunidad metalera de Helsinki me sentía como en casa.
Por James Weaver, mayo de 2018