Era verano de 1986 y Timo Rissanen tenía 11 años. Un momento confuso para un chico que estaba creciendo en un suburbio de Finlandia. Ya no era posible entrar en un supermercado y llenar la cesta de la compra sin pensárselo dos veces. Acababa de tener lugar un accidente catastrófico en la central nuclear de Chernóbil —actualmente Ucrania— y una nube de la explosión se había desplazado hacia el norte, llegando hasta Finlandia.
Las familias tenían que tomar precauciones antes de llevar la comida a la mesa, y muchos recuerdan que durante un tiempo estuvo prohibida la recolección de bayas o setas. Por primera vez, Timo Rissanen fue consciente de que el medio ambiente no era un concepto abstracto, sino algo más bien concreto: el agua que consumía y el aire que llenaba sus pulmones.
Alrededor de una década más tarde, cuando estaba estudiando diseño enfocado a la moda y los textiles en la Universidad de Tecnología de Sydney, Australia, Timo Rissanen quedó fascinado cuando una de sus profesoras, Julia Raath, planteó en clase un debate sobre los altos niveles de toxicidad en textiles y tintes.
La conexión entre los tejidos y el medio ambiente
La posterior experiencia laboral de Timo Rissanen como diseñador de alto nivel se convirtió en la confirmación que necesitaba para situar en el contexto la formación recibida de Julia Raath y conectarla con lo experimentado en su infancia. “Me di cuenta de que muchos de los textiles y las telas que se usaban eran importadas de países como Bangladesh, China e India, que carecen de regulaciones en lo que se refiere al uso de productos químicos tóxicos en los procesos de fabricación”, nos explica. “Esto no sólo afecta a los trabajadores, sino también a los consumidores que los usan y, finalmente, al medio ambiente”.
También destaca los alarmantes niveles de residuos que se producen: “Casi el 15% de las telas de a 200 dólares la yarda, tejidas a mano y provenientes de países como India o Italia, acabarán en la basura”. Fue esta clara relación entre el medio ambiente y la moda lo que sirvió de inspiración a su investigación de doctorado —que también llevó a cabo en Sidney— sobre moda sostenible y sin residuos. En 2011 comenzó a enseñar en la Parsons School of Design de Nueva York, siendo el primer profesor contratado para formar en estos dos conceptos a la futura generación de diseñadores.
Moda versus cambio climático
En la actualidad, Timo Rissanen colabora estrechamente en el plan de estudios, garantizando que todos los cursos optativos de la escuela de diseño incluyan la sostenibilidad hasta cierto grado. Su mayor contribución fue el desarrollo en 2013 de un curso básico de primer año, denominado Sistemas Sostenibles, cuyo objetivo es dotar a los futuros diseñadores de un conocimiento profundo de las relaciones entre la moda y el agua, el suelo, la atmósfera y el cambio climático. “Lo mejor que me he llevado de las clases de Timo es la capacidad de pensar críticamente sobre el proceso de diseño al confeccionar una prenda”, afirma Jacob Olmedo, de 22 años y estudiante de diseño en Parsons.
Su compañera de clase, Casey Barber, añade: “Nunca había abordado el diseño a través de preguntas como cuál será el aspecto de esta prenda dentro de tres o cinco lavados, o si mantendrá su forma y textura. Desde que estudié con Timo sigo explorando métodos de confección creativos, como la creación de patrones sin residuos y el aprovisionamiento sostenible de materiales”. Jacob Olmedo y Casey Barber formarán parte de la primera promoción de graduados que haya tomado parte en el estimulante primer curso de Timo Rissanen..
Hay que dejar que la vida florezca
Las marcas de lujo están aplicando poco a poco las técnicas sostenibles, en parte debido a la concienciación de los consumidores y por la presión de organizaciones como Greenpeace, pero también porque sus enormes márgenes de beneficio les permiten abandonar los productos químicos tóxicos y contratar mano de obra capacitada. Sin embargo, muchas marcas populares de moda todavía utilizan técnicas insostenibles y dañinas.
Además de eso, vivimos en una cultura de consumo rápido donde la cantidad importa más que la calidad de las prendas que uno posee, algo a lo que se ha denominado “fenómeno Instagram”, en referencia a la aplicación del mismo nombre, en la cual el margen de duración de una imagen es de dos horas. Ello influye en las marcas, que sacan constantemente nuevas colecciones para satisfacer a los consumidores. “Sé que esto es absolutamente deprimente”, afirma Timo Rissanen, aunque se mantiene optimista y cree que dentro de 20 años la moda sostenible y la confección sin residuos “serán consideradas sencillamente como buenas prácticas comerciales”.
Mientras llega el momento, él continúa la lucha, entrenando a su futuro ejército de diseñadores y llevando sus enseñanzas más allá de Parson. Entre sus proyectos ha estado el comisariado conjunto de la exposición Yield: Making Fashion without Waste (2011) y la publicación del libro Zero Waste Fashion Design (2016), ambos proyectos llevados a cabo junto con la investigadora y diseñadora Holly McQuillan.
Rissanen cree firmemente que un cambio a gran escala ha de comenzar a nivel individual, por lo que en su esfera personal ha ido adoptando poco a poco técnicas sostenibles: lleva sus propias bolsas al supermercado, deposita sus desechos de alimentos en una instalación de compostaje cercana a su apartamento de Queens y, para que su ropa dure más tiempo, evita el uso de la secadora. “Al final la sostenibilidad no es más que la posibilidad de que la vida humana y las demás vidas puedan florecer en la Tierra, juntas”, dice. “Es algo que de una manera parece simple, pero ya no podemos seguir dándolo por hecho”.
Por Sholeen Damarwala, abril de 2017