Bajo la pálida luz de una mañana de primavera, el canto de un mirlo recorre el bosque que apenas se despereza y, en algún lugar entre pinos y abedules, en los que ya despuntan los brotes, hay niños construyendo un refugio con ramas secas y palitos. Para las familias finlandesas, el bosque es más que un telón de fondo: es un terreno de juegos, un contador de historias y un santuario, todo a la vez.
¿Oyes cómo canta el mirlo?
El sol primaveral brilla con tanta intensidad, que apenas puedes abrir los ojos. Ya han brotado las primeras flores de la estación, los amentos de los sauces se abren poco a poco, las ardillas corretean por los troncos de los árboles y los conejos se detienen un momento a acicalarse las patas.
Y entonces, sin más, aparecen en el bosque los escondites hechos de ramas secas. Cada día son más elaborados: unas simples paredes de ramas entrelazadas, con sus tejados de hojas primaverales que se elevan hacia el cielo, hasta que una mañana, de repente, el bosque vuelve a recuperar su aspecto.
Han desaparecido.
Los finlandeses aprecian mucho su vínculo con la naturaleza, que a menudo se remonta a la primera infancia. Al fin y al cabo, más del 70 % de la superficie de Finlandia está cubierta de bosques, e incluso en las ciudades más grandes, siempre hay un remanso de verdor a un tiro de piedra.
Que los espacios verdes urbanos son beneficiosos para la salud, está más que demostrado: levantan el ánimo, alivian el estrés y ayudan a prevenir la depresión. Pasar tiempo entre los árboles también contribuye al bienestar físico y reduce el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.
En los entornos naturales de Finlandia todo el mundo puede detenerse un momento para descansar, respirar hondo y, simplemente, estar.
¿Construiste alguna vez un refugio de ramas secas cuando eras niño? Si nunca lo hiciste, puede que te hayas perdido algo mágico.
Pero si lo hiciste, enhorabuena: ya conoces esa sensación de libertad y posibilidades sin fin, cuando cada rama del bosque, caída y seca o frondosa, podían convertirse en un poste o en el muro de un escondite secreto.
Y cuando no encontrabas la rama o la pared perfecta, la imaginación llenaba el espacio vacío. Así es el universo del constructor de refugios de ramas.
Pasar tiempo en la naturaleza es muy habitual en las familias finlandesas.
Ir de excursión por un día a algún lago cercano, pasar el fin de semana en una tienda, acampados en un bosque, ir a recoger bayas por senderos que el sol ilumina a retazos, la tranquila alegría de observar a los pájaros… Son pequeñas aventuras que se entretejen en la vida cotidiana de las familias.
Hasta los maestros de las guarderías llevan con regularidad a los más peques a visitar el bosque. Los niños abren sus asombrados ojos ante la maravilla de los claros cubiertos de musgo y los troncos caídos.
El bosque no es tenebroso ni hostil, sino un lugar mágico de cuento de hadas y castillos hechos de ramas donde la imaginación de cualquier niño puede volar libremente.
Un rudimentario refugio hecho con ramas, apoyado en un árbol de un bosque a la orilla del mar.
¿Quién vive en esos refugios de ramas? Hasta cuando están vacíos, las edificaciones parecen vivas, cada una habitada por su particular espíritu secreto.
Eso que parpadea entre las sombras, ¿no son unos ojos curiosos? Y aquello que asoma entre las ramas, ¿no es una sonrisa traviesa?
¿O se trata acaso del mismísimo verano, que ha llegado a lomos de la brisa cálida para ocupar, por fin, el lugar que le corresponde?
Texto y fotos de Emilia Kangasluoma, mayo de 2025